Sentado en una butaca, una urraca me habla: “los he vista bajar, quedarse, subir, marcharse”. La urraca tenía el pico en sangre. A su lado, un murciélago sin cabeza.

Un tren pasa. Se pierde por un túnel. “Anoche no dormí bien”, dije.

La urraca introdujo la cabeza dentro del cuerpo del murciélago. “No dormí bien porque me despertaba pensando en ella”.

La urraca comía, por eso llevaba el pico en sangre. “O te subes en el próximo tren, o te quedas pensando en ella”, dijo. 

En ese momento no estaba pensando en ella, pensé. 

La plataforma estaba vacía. Era una llanura desierta, con unos pocos arbustos, la arena picaba en la piel. Era atardecer y el sol encandilaba.

La urraca dejó de comer. Entonces, abrió las alas y comenzó a revolotearse en el suelo: tcha-tcha-tcha-tcha-tcha. Era como un baile.

El tren siguiente se aproximaba. La urraca dijo: “el amor se vive desde el andén, en el tren es diferente”.

Abajo un grupo de urracas comía de un venado. En el cielo volaban buitres y alimoches. Se podía sentir el olor a combustión del próximo tren.

Me levanté. “Era el amor”, dije. Hice vicera con la mano. El tren se detuvo.

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