Esa vieja costumbre de no mirarla. Da igual quién comenzó primero. Ella solloza lo de siempre y sus palabras le suenan a canto de sirena. En la cocina mientras, él vuelve a enderezar el imán del cerdito. Le encanta el imán del cerdito que come una hamburguesa. Fue una noche en MacDonald. Lo olvida y abre el frigo: no hay cervezas. En la calle la luna se derrite y él baja al bar de enfrente, dispuesto, una vez más, a emborracharse de silencios. Al fondo, la mujer que está siempre envuelta en su cigarro, le mira sin recato y no pregunta. Desde que se han mirado, la noche se instala en sus pupilas y ambos se acercan hasta un borde que se pierde en el fuego de dos indiferencias compartidas. No quieren regresar y escapan en el tren de los deseos desbordados, pero desde el andén él sólo escucha a lo lejos lo que podría ser un canto de sirena.
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