Desde el andén escuché los truenos. Un poco más tarde la ventanilla del tren se llenaba de gotas que se unían y ya no se separaban, resbalando y dejándose llevar.

Cuando llegué a casa ya no se oía nada ni a nadie. Encendí la luz de mi habitación y fue entonces cuando ví la servilleta de despedida y cocina que me decía que soy fenomenal

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