Nos cruzábamos a la misma hora todos los días, ella en dirección sur, yo, en dirección norte, rosábamos nuestros hombros y era cuestión de centímetros sentirnos cerca, nunca me miró fijo, ni me sonrió, tenía una cara hermosa pero acementada. Un día a la misma hora ella cruzaba en dirección sur, yo, en dirección norte nuestros hombros se tocaron fuertemente, ella dio un leve salto hacia adelante y sin importar su casi tropezón  siguió encaminada sin musitar, yo tonto y tímido no me pude expresar y seguí andando abducido por mis nervios,  cada uno llegó a sus respectivas aceras y nosé porque un impulso hizo que volteara a verla  y la vi, concentrada en mis movimientos, con una leve mueca en su boca, DESDE EL ANDÉN  SE VEÍA MENOS ENOJADA, más indecente, me guiño el ojo y se fue, la vi perderse en el laberinto de la gente supe que no era la primera vez que me veía, que me ignoraba por malicia y que esperó pacientemente por el día que me dejaría sin aliento, sin dejarse atrapar  por mi balbuceo.

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