No hace falta que abran sus picos para que canten o graznen. Son pájaros, en un inmenso trigal agostado.

¿A dónde irá ese?, el más bobo de todos. Su camisa blanca, es una isla en un mar de negro. Color que parece derramarse del móvil que parasita su oreja.

La cigüeña tiene frío. Los calcetines bajo las sandalias delatan a la zancuda. A su lado, insignificantes gorriones pían desconsolados. Confunden los chasquidos de su pico con una ametralladora.

Una pajarita incuba el huevo, que parece de Pascua, bajo el vestido de tul rosa.

Atención, las aves exóticas, acaban de posar su grito y su plumaje multicolor. Las hembras, de naranja y verde. Los machos, de amarillo y azul. Como penacho, la visera, y suspendida en el nacimiento de las alas, una mochila.

En un instante, silencio. Volaron a su destino. Y el gran reloj, que ejerce de sol y luna, ya no tiene quien lo contemple. Está solo, como esta pobre urraca que desde el andén, roba palabras a un libro para consolarse.

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