Mantén la calma y bienvenido a Londres

Mantén la calma y bienvenido a Londres

Gornesa

22/06/2017

Tenía meses planificando mi viaje a Londres, había previsto hacer un intensivo de inglés durante seis semanas en el Bellerbys College. Estaba en cuenta regresiva hasta que el esperado 7 de noviembre llegó.

Partí esa mañana a Inglaterra desde Venezuela, colmada de expectativas que esperaba cubrir con vivencias que enriquecieran mi existir. «Estoy rayando en lo ridículo», pensé. Revisé entonces mi correo electrónico, ahí tenía la información sobre el «homestay family» donde llegaría.

Mientras esperaba abordar mi avión, leí que viviría junto a una pareja inglesa. Quería conocerlos. «Miento descaradamente. Me aterraba el hecho de compartir hogar con extraños, pero mis escuetas finanzas no me permitían rentar un `flat´ «, dije en voz baja .

El vuelo arribó sin contratiempos. En el aeropuerto me esperaba el conductor que me llevaría hasta mi casa de intercambio, con un letrero en el que se leía no tan claro mi nombre, al final pude deducir que el «Asgird» de la hoja en blanco que mostraba, querría decir «Astrid». Era un joven delgado, de unos treinta años, de origen afgano, con un «broken english» que me costaba entender. Sin embargo, me las arreglé para comunicarme.

Su cordialidad me dejó perpleja, sobre todo por tratarse de una persona del medio oriente, suelen ser reservados. Me regaló una tarjeta sim para el móvil y además tuvo la gentileza de invitarme un Big Mac «Spicy» cuando paramos en un AutoMac. «Tanta amabilidad me abrumaba», dije para sí. Más tarde recordé que estaba pagando 100 libras esterlinas por el servicio, lo comprendí todo.

Supe por él, que habían cambiado el lugar donde me albergaría, eso me generó aún más ansiedad. No obstante, al llegar a mi aposento de estilo victoriano, una afable «abuela» salió a recibirme, se trataba de «Misses White». Lo curioso es que su nombre era el antagónico de su color de piel. Eso me causó gracia.

La «Señora Blanco» era del tipo indulgente. Apenas entré, recibí una calurosa bienvenida y me mostró la diminuta habitación donde dormiría los próximos 42 días.

De inmediato, salí a recorrer la ciudad. Eran las 4 PM, aunque como era de esperarse, en Londres parecía media noche. Estábamos en invierno, días cortos, noches excesivamente largas.

Mi «Grandma», como comencé a llamar a mi anfitriona, me enseñó la ruta que debía tomar para llegar al «Down Town», por lo tanto tomé el «bus» en la estación, rumbo a mi destino.

Bajé del colectivo dispuesta a caminar por las calles que atravesaban el puente del «Río Támesis». Divisé el popular «London Eye», el «Big Ben» y la «Abadía de Westminster». En el perímetro se sentía una algarabía demencial, el ambiente era contagioso, parecía todo un encuentro multicultural.

Había quedado esa tarde con un amigo que jamás llegó, pues no tuve más remedio que tomarme una cerveza en solitario, en un «pub» situado muy cerca de la estación «Embankment».

Tras un par de horas, decidí volver a casa, agobiada por el aletargado frío. Mientras esperaba mi moderno carruaje, un hombre fornido, de ojos claros, nativo de Nigeria, llamado Peter Seaver, entabló conversación. Al principio sentí cierta suspicacia, empero se disipó en corto tiempo por su caballerosidad evidente.

Nuestro medio de transporte llegó, él tomaría el mismo autobús que yo. No sabría si llamarlo «casualidad, mala o buena suerte». Para mi infortunio, en pocos minutos me di cuenta que no tenía la menor idea de como demonios iba a retornar, no recordaba la dirección de Misses White. La batería de mi teléfono había muerto, ahí tenía sus datos. «Maldita sea, no puede ser que esto me esté pasando en mi primer día de viaje», me dije.

Le expliqué la situación a mi nuevo amigo, diciéndole que lo único que había guardado en mi memoria era un restaurante vietnamita que se ubicaba cerca de la estación de donde había salido.

Ante el oscuro panorama, me propuso lo siguiente: » Si quieres, podemos ir a mi casa, ahí podrás chequear tu email para saber donde te hospedas y cargar tu teléfono. Puedes quedarte a dormir, mañana puedo acompañarte». Estaba patidifusa con la inminente propuesta. No tenía otra solución aparente.»Ok, it´s fine», le respondí.

Nos fuimos a su domicilio. En el camino no dejaba de imaginar que él podría violarme, asesinarme o hacer alguna clase de perversión.

Su vivienda era parecida al modelo estándar de los aposentos británicos. Debo confesar que sentí miedo al entrar, no dejaba de suponer que cualquier cosa no grata estaba por suceder.

Cuando encendió su portátil, me dispuse a revisar mi email y anoté la información que buscaba en un papel que me sugirió, posteriormente lo guardé en mi bolsillo.

Me ofreció su cama, dijo que dormiría esa noche fuera, así yo estaría más tranquila, mis nervios eran públicos y notorios. Me recosté, más no pude pegar un ojo en toda la miserable noche. Amaneció por fin, cuando escuché a mi «room mate» llegar, me dejó saber que ya podíamos partir.

Listos para el regreso, tomamos el «underground» esta vez. El se mostró callado esa mañana. En el camino estuvo aconsejándome que la próxima vez debía ser más cuidadosa, que no sabía con qué tipo de persona podía toparme. Le dije que esta vez había tenido suerte por haberlo encontrado a él, había sido mi guardián. Seguidamente se despidió con un efusivo abrazo.

A salvo, caminé hasta mi morada en Deptford Bridge y al pasar, quedé atónita al ver un mar de sangre que llegaba hasta la puerta. Misses White yacía moribunda en la cocina. Llamé al número de emergencias y la policía no tardó en comparecer. Una ambulancia se la llevó, los paramédicos lograron estabilizarla. Según la versión oficial, un hombre con acento extranjero, posiblemente senegalés o nigeriano, había intentado desvalijar su vivienda. El sospechoso era un tal Peter Seaver, uno de esos sociopatas bipolares, que suelen comportarse según quienes les agraden.

«Había dormido con el homicida». ¿Por qué me había dejado vivir?, creo que nunca lo sabré. De pronto, reconocí un cartel que anunciaba; «Keep Calm, and Welcome to London».

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