Desde el andén la verás venir como se presiente el desastre. Evita mirarla a los ojos, sería como mirar al sol; permanece inmóvil, podrías tropezar con los cordones del deseo; no la respires, es veneno; aléjate para no escuchar el susurro traicionero de su falda al rozarte; ármate de disimulo cuando ya esté ahí, impredecible como tormenta tropical: no luches, déjate empapar por su presencia. Tu máscara de cristal caerá y el estrépito la pondrá en guardia, cual felino que descubre el camuflaje de su presa; bajará la mirada, pero solo para ver tus pedazos sobre su sombra. Si te queda aliento pregunta su nombre; sus labios dibujarán una palabra en el aire –y desearás que ese sea el que respires hasta tu último suspiro- pero los ecos de tu entereza haciéndose añicos te impedirán escucharlo. Ya se habrá ido, correrás pero ya se habrá confundido en el bosque de edificios de la avenida. Y como por una ilógica universal te dirás que esa avenida lleva su nombre. Y desde el andén, no podrás leerlo.Antes de subir al tren recoge tus cristales, luego intenta recomponerte sin pretender volver a ser jamás quien fuiste.
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