Desde hace más de cien años, en el antiguo metro de la ciudad, todos los viernes sin fallar uno, se reúnen después de la media noche los inquilinos del panteón de al lado, bastante fiesteros por cierto. La pena es que después de morir, descubrieran que les gustaba la vida. Así que aprovechan hasta el último minuto de ese día especial para pasarlo bien.

Algunos se divierten volando de cabeza sobre las vías sujetándose con una mano su sombrero negro de copa. Otros juegan una carrera atravesando las paredes y tapándose la naríz para ver quién aguanta más tiempo la respiración. Las mujeres hablan de sus cosas y alguna cuenta chistes verdes que guardó en secreto mientras vivió.

Desde el andén, sus risas se extienden por toda la estación ante el asombro de los poco viajeros que a esas horas de la noche esperan el último tren, mirando desconcertados a ambos lados del anden vacío.

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