Desde el andén, anclada a una sencilla silla mecedora, observa las sombras de seres que deambulan, dueña más de dolores que de años, gastada por las cicatrices, más que de días agotados, tejiendo recuerdos en su costura o hilando oraciones en su vieja camándula, se pasa los días somnolientos en ese pueblo dolorosamente apacible.
Una sombra más de ese paisaje, llegó como llegan las flores matinales, como las gotas de rocío sobre el césped nuevo, de mirada apacible y sonrisa callada, la luna cubrió con su manto sus cabellos. Sola, solitaria, desolada, viviendo más por necedad que compromiso, Antonia, la nombraban en el pueblo.
Desde el andén ve pasar la vida ahí sentada hay tantas cosas menos vida, hay recuerdos y silencios, hay paz y ternura en la mirada, hay labores de unas manos arrugadas. La vida pasa de largo sin detenerse en el andén. Tal vez pasa y lo rodea o quizás allí este la vida sentada en esa silla mecedora y todo lo demás sea un espejismo.
Desde el andén el tiempo se disfraza de monotonía y juega al escondite con la vida; tal vez desde el andén los días se detienen haciendo un deja vú constante a la existencia.
Y esa figura aparentemente estática y envejecida haya sido enviada por los dioses para observar de cerca que hacen los humanos con sus días.
María Zian Zian
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