En busca del enigma de un nombre

En busca del enigma de un nombre

No es un viaje turístico. Va en busca del enigma de un nombre. Lo realiza una joven noruega con ascendencia alemana. Se llama Ulrica. Su nombre ha quedado inmortalizado en un cuento y aparece grabado en las lápidas de dos tumbas. Una en Torremolinos. La otra en Ginebra.

Visitó en Torremolinos el cementerio de los ingleses, un camposanto ajardinado y austero. Reposan en él muchos ingleses llegados a España como embajadores de la revolución industrial, que no volvieron a Inglaterra, fascinados por el clima malagueño. Con el tiempo, se abrió a protestantes de otras nacionalidades. Tras arduas investigaciones ha conseguido averiguar que allí se encuentra la tumba de Ulrika von Külhmann, su abuela. Su familia desconocía su paradero.Se la relaciona con un episodio personal oscuro de la vida de Borges, según insinúan unas cartas publicadas en una revista argentina por una colaboradora suya, cuando Ulrika vivía en Nueva York, entre 1948 y 1949.

http://edant.clarin.com/diario/especiales/Borges/html/Vazquez.html

No se puede saber si ya entonces imaginaba Jorge Luis Borges el cuento «Ulrica”. Pero resulta admisible pensar que en él se cuenta la elegía de un amor real, entre Borges y su abuela. No importa si hubo en la realidad intimidad entre ellos. Es un detalle banal e insignificante. En el cuento, los protagonistas consuman su amor al final del último párrafo, aunque empezaran a amarse en el diálogo conciso y extenso que entablan al conocerse. Lo importante ahora era comprobar la existencia de la persona a la que Borges concedió un insólito privilegio: protagonizar el único cuento que escribió con nombre de mujer, incrustado en su Libro de arena, en recuerdo de un fugaz amor del pasado. Y ahí estaba la tumba que daba testimonio de su existencia real.

Salió ensimismada del cementerio. Llamó a un amigo argentino. Le contó la emoción que había sentido ante aquella tumba. Justificó no poder verse con él en Madrid. Sabía que su amigo se sentía atraído por ella. No quería resucitar en él viejos deseos. Le habló por el móvil:

– Estuve en Torremolinos, ante la tumba de mi abuela. Mañana salgo para Ginebra.

– Prepárate a descubrir la segunda parte del enigma de tu nombre. Ya sabes que Borges murió y está enterrado allí. De todas las ciudades del planeta, Ginebra le parecía la más propicia a la felicidad. En la ciudad vieja verás una placa que lo recuerda.

Ulrica parecía salida del cuento de Borges. Era también alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Tenía un aire tranquilo y misterioso que mejoraba su incuestionable belleza nórdica. Sonreía fácilmente y hablaba un español aceptable, aunque con marcado acento extranjero. No había esperanza para la aventura. Sus caminos de nuevo se cruzaban. Al día siguiente, Ulrica se iba a Ginebra. Él la añoraría en la soledad de su casa madrileña.

Cuando llegó a Ginebra el cielo estaba nublado, pero la temperatura se mostraba indulgente. Se instaló en el apartamento de unas amigas. Paseó por las orillas del lago Léman. Quería conocer la ciudad que Borges consideraba ideal para vivir.

Se acercó a la “Vieille Ville”, el casco histórico de la ciudad. Tenía aspecto de cuento, con callecitas empedradas en altura, envueltas en el aire de otros tiempos. Era como un laberinto, pensado para los que quieren perderse. Y para los que quieren reencontrarse, pues cada pasadizo tiene siempre una salida. Llegó hasta el Café de “L´Hotel de Ville”, donde Borges iba a menudo. Entró.

Un hombre la invitó a su mesa. Se presentaron. Ulrica centró la conversación en el enigma de su nombre. Le contó el motivo de su viaje.

– Búscame mañana en la Librería Albatros. Te acompañaré al lugar donde se encuentra la solución a tu enigma.

Acudió al lugar indicado y le buscó.

– ¿Conoces el cuento que Borges compuso con tu nombre?

– Sí. Lo conozco. Un amigo argentino fue el que me habló del enigma que esconde.

– ¡Entonces, no hay más que hablar! ¡ Acompáñame!

Juntos se dirigieron al cementerio “Plainpalais«, un lugar con la apariencia de un gran parque, en la orilla izquierda del Ródano. Atravesaron la entrada. Buscaron en una vitrina la «B» de Borges, con su nombre y unos sombríos datos: «número de tumba 735, posición D-6«. Se adentraron por un solitario sendero, entre longevos árboles y lápidas grises, hasta llegar al pie de un ciprés frondoso.

Se detuvieron ante una sorprendente sepultura de piedra blanca y áspera. En lo alto de su cara anterior se leía «Jorge Luis Borges«. Justo debajo, la inscripción «And ne forhtedon na«, junto a un grabado circular con siete figuras humanas. Por último, una pequeña cruz de Gales y «1899/1986«.Era todo lo que se apreciaba en el anverso.

– El grabado de los siete guerreros es copia de otra lápida inglesa, que Borges relacionó con «La balada de Maldon«- le explicó- Son guerreros nortumbrios. Uno blande una espada rota. Todos han arrojado sus escudos. Su señor ha muerto en la derrota y ellos avanzan para hacerse matar, porque el honor les obliga a acompañarlo. Un enigmático epitafio, en el que los heroicos guerreros parecen querer infundirle valor ante su último acto en el mundo… “ y que no temiera”. Esa sería la traducción de la inscripción grabada.

– La cara posterior – prosiguió- contiene la frase «Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert«.Se corresponde con dos versos del capítulo veintisiete de la Völsunga Saga, saga noruega del siglo XIII: «Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos«. Bajo esta segunda inscripción aparece el grabado de una nave vikinga, y debajo una tercera inscripción: «DE ULRICA A JAVIER OTÁLORA». Aquí aparece tu nombre.

Ulrica lo comprendió todo. Su nombre esconde el misterio de la musa inspiradora de un sorprendente cuento de Borges y fue la palabra elegida para quedar grabada para siempre en su enigmática lápida, como agradecimiento. Un nombre y dos lápidas unidas en un cuento inmortal.

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