Lo recuerdo perfectamente, era la calle 59, de camino a Queens. Yo entraba en la boca de metro agarrado a mi equipaje, y fue al atravesar la puerta giratoria, cuando la maleta se trabó.

Sí, fue entonces cuando quedé atrapado. Empujé, tiré, y volví a empujar, quise volver hacia atrás, pero allí estaba, inexplicablemente, enjaulado como un animal.

Pedí ayuda, primero de forma discreta, luego, aferrado a los barrotes, grité. 

Pero los pasajeros no podían escucharme, son eso, pasajeros, y su mente está ocupada en no perder el tren. Entonces los ví, desde el andén, unos ojos verdes me examinaban, y los ojos dijeron:

– Magnífica bestia, ¿podré acariciarla sin que me muerda?

Y yo, me dejé acariciar.

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