Es curioso, pero esta historia comienza en el año 2.012, justo 10 años después del accidente del Prestige, lo que me hizo ser voluntario por primera vez en mi vida, y pasado estos años, vuelvo a serlo.
Durante este tiempo han ocurrido muchas cosas: pude terminar la carrera de Ciencias Ambientales y he tenido la suerte de trabajar tanto en mi país, como fuera de él. Sin embargo, y después de algunos años fuera, veía que era la hora de volver a mi tierra. A pesar de las horribles noticias que me llegaban de mi país, pero las raíces son a veces más fuertes que cualquier otra razón.
Nunca he querido vivir en el extranjero para siempre, tan solo enriquecerme con esa experiencia tan valiosa, para después aplicar estas nuevas ideas a mi vuelta en España, y así corresponder a todo lo que se ha invertido en mí.
Sin embargo, nunca pensé que la vuelta sería tan difícil en el terreno laboral, donde le dedicas días enteros a enviar esos currículos que parecen ir a algún agujero negro, ya que nunca más vuelves a tener noticias de ellos.
Le dedicas tanto tiempo a buscar posibilidades de trabajar en tu tierra, de aplicarte esa famosa frase hoy día de «reinventarse», que muchos amigos míos me veían más cuando vivía en el extranjero que hoy día cuando vivo en Sevilla.
Sin embargo, fue gracias a uno de esos procesos de reinvención, porque me interesaba profundizar en temas sobre el despilfarro alimentario en mi ciudad, lo que me hizo contactar con el Banco de Alimentos de Sevilla.
Gracias a una de estas casualidades de la vida, durante esos días el Banco de Alimentos iba a enfrascarse en un proyecto de colaboración con la Universidad de Sevilla, para estudiar el perfil socioeconómico de las personas que piden ayuda alimentaria a las distintas entidades que reciben alimentos del Banco.
Así que me reuní con ellos: personal de la Universidad, del Banco de Alimentos y voluntarios, y a pesar de que no se hablaba de lucha contra el desperdicio de alimentos ni nada parecido, me apunté de voluntario para conocer más a fondo a las personas que reciben ayudas del Banco de Alimentos. En ese momento, no tenía ni idea de lo que me cambiaría la vida ese informe.
Las instrucciones para un voluntario como yo eran sencillas: realizar un cuestionario en persona a aquellos que piden ayuda a las entidades sociales de la provincia de Sevilla.
Aún recuerdo esos momentos de espera del primer día, cuando estaba dentro de una de las principales entidades sociales de Sevilla, en una habitación a solas, esperando al primer entrevistado. La verdad es que tenía muchas dudas sobre si funcionaría este proyecto, si esos usuarios querrían hablar con nosotros o si nos dirían la verdad, ya que seguro que no se fiarían de personas que no conocen de nada y de repente les preguntan por sus vidas.
Pero me sentía como una especie de expedicionario, ya que ese primer día lo era para todos, ya que formaba parte de un grupo de cuatro personas, lideradas por el profesor de la universidad, para calibrar si el cuestionario que les preguntábamos a los usuarios funcionaba.
Los minutos pasaban y no se acercaba nadie a mi habitación, cada vez estaba más nervioso y preocupado con preguntarle a alguien para el que yo era un completo extraño cuestiones que a veces eran muy personales, sobre su situación económica y personal.
Todas estas sensaciones se acrecentaron cuando apareció el primer invitado, con claras evidencias de haber tenido problemas con las drogas y de vivir en la calle.
Sin embargo, todas estas ideas cambiaron cuando terminó la entrevista. Me quedé de piedra viendo la entereza de cómo afrontaba sus problemas, a pesar de todas las dificultades que se tiene hoy día para salir de esa espiral negativa como es la pobreza, y sobre todo la humanidad que transmitía al explicarse, sin pelos en la lengua y con total confianza en mí, un simple voluntario anónimo. Seguramente pensando en que podría ayudarle de alguna forma.
De hecho, esta primera entrevista que teníamos calculado como duración aproximada de unos veinte minutos, acabó durando el doble, ya que al final dejó de ser una entrevista y se convirtió en una conversación entre dos, donde nos hablábamos de nuestras vidas y nuestras incertidumbres. Al final nos despedimos deseándonos toda la suerte del mundo.
Después de esa conversación, me sentí lleno de energías, viendo como alguien tan cerca del abismo (o incluso dentro de él) supo salir de él, y ahora está intentando buscarse una vida lo más digna posible. Me contagió su vitalidad y sobre todo su optimismo en un futuro mejor.
También me sentí un poco estúpido, ya que me hizo ver cómo una persona puede llegar a afrontar unos problemas tan graves, con una actitud tan positiva.
A esta primera entrevista le han seguido otras muchas, muchísimas.
Y esa habitación en pleno centro de Sevilla, dio paso a otras muchas habitaciones, pasillos, patios, almacenes… Tanto en la capital andaluza como en sus pueblos aledaños.
Por el camino me he encontrado con muchas personas, como aquella mujer que estaba luchando contra viento y marea para que no la desahucien, ya que perdería a sus hijos, mostrándome incluso una carpeta llena de papeles de haber intentado hablar con todo tipo de instituciones públicas, y su determinación de no parar hasta conseguir que alguien la escuchara, a madres o abuelas que con su pensión y su casa están manteniendo a toda la familia, hasta once personas he llegado a contar en un piso, o personas que tuvieron problemas con las drogas y ahora ayudan a otros a que se reenganchen en la sociedad.
Los considero pequeños héroes anónimos, que seguramente nadie los detecte como tales cuando pasean por las calles, ya que sus graves problemas se ocultan en la mayoría de los casos por la normalidad de sus aspectos y de su carácter.
Esa llamada «pobreza oculta» seguramente nos esté limitando a nosotros mismos a la hora de poder calibrar realmente el problema que tenemos a nuestro alrededor, ya que muchas de estas personas pasan por nuestro lado cada día y no nos hacen sospechar la tasa de pobreza que sufren muchos de nuestros vecinos.
Ni ellos mismos tenían idea alguna de qué era la pobreza hace unos años. Como ellos mismos me decían «la pobreza la veían por la tele».
Esa pobreza invisible está creciendo cada año en nuestro país, solo hay que tomar como parámetro la tasa AROPE para darse cuenta del fenómeno, o como aparece en el informe «Exclusión y Desarrollo Social» de Cáritas Española y Fundación FOESSA:
«Según los tres indicadores escogidos por la Comisión para dar seguimiento al objetivo de reducción de la pobreza y la exclusión, en 2010 se ha producido un aumento de las personas en situación de pobreza, de modo que la población en riesgo de pobreza y exclusión aumentó en 1,8 millones de personas en toda la UE, 1,2 millones de los cuales en la Eurozona, y la mayor parte (un millón) en España».
Este fenómeno lo puedes detectar de muchas formas, en mi caso lo podía ver bajo la mirada de un entrevistador. Nunca olvidaré la cara de aquellos, que ante la pregunta que les formulaba «¿vive usted en la pobreza?» se derrumbaban y se quedaban unos minutos llorando… Y no ves forma de poder consolarles.
Sientes que están muy solos ante estos problemas, incluso abandonados en algunos casos.
Si la sociedad la pudiéramos medir por la forma en que nos cuidamos los unos de los otros, especialmente a los más vulnerables como los ancianos y los niños, llegas a preguntarte qué rumbo estamos tomando.
Es cierto que la Crisis nos ha abofeteado a todos, de manera que algunos seguimos un poco desorientados, especialmente los que somos más jóvenes. Pero también debe de hacernos despertar en algún sentido, porque posiblemente la respuesta a la pobreza solo sea posible ante un cambio en nuestra forma de afrontarla como colectivo: mientras nuestra postura sea la de rehuir de los problemas de miseria que tienen otros, como si la pobreza fuera un virus del que es mejor estar lejos, por miedo a que nos podamos contagiar, será muy difícil de darle solución.
Sin embargo, desde mi prisma como entrevistador, he podido ser testigo de la otra cara de la moneda. Esa que tiene mucho de respuesta y de lucha contra un fenómeno que se nos anuncia como casi inevitable hoy día:
Esas personas que querían continuar con la entrevista a pesar de que apenas podían mediar palabra por sus llantos, esa sonrisa por cualquier pequeño gesto amable que les dieras, esas energías y ese convencimiento casi irracional de que van a salir de su situación, hacía que volviera a decir que sí a una nueva jornada de entrevistas.
Gracias a ellas pude conocer también a otros héroes anónimos, voluntarios que a pesar de la actual saturación de los servicios sociales de las entidades que trabajan con los bancos de alimentos, dan lo mejor de ellos mismos para que sigan siendo un apoyo muy importante para aquellos que los necesitan. Animaría a que muchos de los que están leyendo este artículo, los conocieran, los hay en todas las ciudades españolas.
Posiblemente les sirvieran de guía y de apoyo, para comprobar que hay mucho más de humanidad en la calle que aquello que nos sirven cada día en los medios de comunicación. Que la frivolidad es solo una virtud en una pantalla de televisión.
Las entrevistas terminaron, y toda la información volcada por los voluntarios ha dado lugar a una publicación que se titula «Resultados de la Encuesta del Programa de Distribución del Banco de Alimentos de Sevilla» (http://goo.gl/oJ4tH).
Ojalá sirva para despertar conciencia entre aquellos que tienen responsabilidades en el territorio y entre todos tengamos como una de las prioridades disminuir o incluso erradicar esta maldita pobreza que nos rodea.
Ahora mismo todo esto parece algo utópico, pero desde luego tengo total confianza en mi generación, la generación más preparada en la historia de nuestro país, esa a la que aún no se le ha pasado el testigo y parece que tiene que irse de España para poder tener un futuro, perdiéndose así toda la inversión realizada por nuestros padres y abuelos, y ahora se estén beneficiando de sus frutos fuera de nuestras fronteras.
Así que este relato no tiene final, sigue escribiéndose mientras se está publicando esta historia.
Como en el caso del Prestige, he sido un voluntario que vivió de cerca una situación durante un momento minúsculo, pero a diferencia de allí, donde dejé a pescadores, jóvenes voluntarios y personas anónimas luchando contra el chapapote, me gustaría en este caso ayudar a aquellos que al cerrar la puerta de la habitación donde los entrevistaba, se llevaban sus problemas con ellos, casi sin querer molestar.
Así que sigo secuestrado delante del ordenador, buscando fórmulas para poder quedarme junto a los míos, y aún sin ver a muchos de mis amigos, pero con el convencimiento de que hay mucho margen de mejora en todo lo que tenemos a nuestro alrededor, y sigo empeñado en que somos nosotros, la llamada «juventud perdida», el verdadero rescate que este país necesita.
Héctor Barco Cobalea
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