En los días de lluvia como hoy, una imagen interrumpe en mis pensamientos. Es un simple recuerdo, o más bien un sueño extraño que me persigue desde mi infancia. Aparece una estación de trenes. Gente esperando sentada en los asientos destinados al descanso con el simple acompañamiento de su maleta. En la visión sale mi mano, aferrada a una  muñeca, después  veo un militar que me acaricia la mejilla y me sonríe. Durante años ese recuerdo ha seguido, ahí varado en mi mente. Sin cobrar ningún significado. Hoy que no cesa de llover, las gotas golpean incesablemente mi ventana y es  cuando ese tintineo mágico y musical ha despertado mis más recónditos pensamientos. Yo tenía 2 años y llevaba un  vestido de encaje blanco, con un enorme lazo de color ocre y una cinta que se ajustaba perfectamente en mi cintura. En mis manos una vieja muñeca de trapo. El soldado me acaricio la mejilla y se encamino a subir al tren. Recuerdo que empezó a llover, y también que mi rostro fue llenándose de lagrimas las cuales iban perdiéndose entre las gotas de lluvia. Y así desde el anden  fue la última despedida que le dedique a mi Padre. 

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