Lo cité en la vieja estación como antaño, y entonces reapareció su olvidada sonrisa pícara. Clavó en mi sus ancianas pupilas azules bañadas por telarañas finas de cristal y asintió con su cabeza. La tarde que lo cité pensé que jamás acudiría, lo hice pensando más en mí que en él, pensé más en revivir que en recordar. Pero su memoria se deslizó inesperadamente hacia los recuerdos y a la hora exacta, cuando descendí del tren estaba esperándome. Desde el andén me saludó inclinando elegantemente su sombrero verde aceitunado, igual que cincuenta años atrás. Era la primera vez, desde su eterno olvido que durante unos instantes sabía que era su mujer. Lo supo fugazmente, sólo unos segundos; lo sé porque cuando me acerqué y lo besé, desorientado ya no sabía de nuevo, dónde y con quién estaba.   

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