No llego. Se me va cayendo el sudor como se caen las cuentas de un collar roto. Sin orden, sin concierto. No tengo manos para tanta asa y mucho menos para un pañuelo, pero necesito mirar la hora y busco desesperadamente un reloj. Se me pasa por la cabeza buscar el móvil pero lo descarto inmediatamente, levanto la vista, y veo el enorme reloj de pared con un mapa del mundo al fondo. Son las Argentina y Reino Unido -¡también es casualidad!-, me quedan dos países para que salga el tren y aún tengo que cruzar toda la estación. Intento echar a correr pero mi equipaje me la juega y trastabillo; decido que mejor andando que caerme. Ya solo me queda bajar una planta. Según bajo las escaleras, busco en el panel de salidas que tengo de frente, no encuentro mi tren, bueno, sé que es la vía cinco -sin rima lector, sin rima-, así que termino de bajar y giro a la derecha, ya veo la vía y aún está el tren. No puedo evitarlo y sonrío…

No, espera, no sé qué quiere decirme esa señora que me hace señas desde el andén.

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