GOZO
Me relamí de gusto cuando escuché tus llaves abrir la puerta, y cuando volaron tus tacones haciendo cabriolas en el aire.
Te escuché gruñir ¡que asco de vida! Y gemir mientras –sentada al borde de la cama- te masajeabas los pies, doloridos por la docena de horas trabajando en aquel bar que se ve desde el andén atiborrado de guiris.
Mi lascivia tomaba forma, haciendo que la lengua se agitara nerviosa en mi boca dispuesta a llegar a lo más profundo a insondable de ti.
-¡Hueles bien, seguro que sabes mejor! –me dije al rozar la piel de aquel cuerpo que sudoroso, brillante y desnudo, dejabas caer lascivamente sobre el mullido colchón, ante la mirada lujuriosa de mis ojos, enormes y enrojecidos.
Horas de acecho, de permanecer inmóvil, casi invisible tras de tus ventanas, cerradas todo el día para evitar el tortuoso calor y la humedad que sube de la playa, penetrando por las rendijas y poros de tu vieja casa marinera.
El cansancio y el calor te dejaron totalmente a mi merced.
Posé mi lengua sobre tu apetecible y exuberante vientre desnudo y ¡Zas! Morí.
Morí aplastado, oyéndote decir: ¡que bien van éstos viejos matamoscas de siempre!.
FIN
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