Ruta: empezamos donde siempre para terminar, tras seguir el habitual itinerario, en el mismo sitio.

Recuento: demasiadas personas, sólo una ya es demasiado.

Voluntarios: Pepi, Luci, Bom y otros chicos del montón.

Incidencias: nos llevamos unos termos de café y unas galletas, además de ganas de compartir unas palabras… aunque nunca será suficiente.

COMO TRANSCURRE LA RUTA:

Nos encontramos a la hora de siempre, como cada …, dispuestos a preparar un poco de café caliente y galletas para la ruta que realizamos como excusa para compartir un momento con las personas sin hogar, beneficiarios de nuestro programa. Calentamos la leche mientras nos ponemos al día, entre risas, de la semana transcurrida; pequeñas confidencias y jocosos cotilleos de palacio. Estamos todos, así que cogemos los alimentos y nos ponemos en marcha.

Empezamos la ruta por la avenida, caminando tranquilamente hasta encontrarnos con George, alemán de mediana edad que lleva más de una década en España. Está como a menudo, tumbado en su destartalado colchón con sus cuatro pertenencias colocadas ordenadamente en su mesita de noche de mimbre, escuchando la radio con sus auriculares. Lo saludamos y, como hoy no hay partido de fútbol, no tiene muchas ganas de hablar, aun así le sacamos dos o tres frases conexas sobre la selección alemana de 1978, que adora, y sobre la de 1982, que aborrece. Es la conversación de casi todos los días, así que cuando nos indica de manera ostensible dónde se hallan más personas en su misma situación, damos por sobreentendido que quiere que le dejemos solo, así que respetuosamente nos despedimos y nos dirigimos hacia donde nos ha indicado, lugar que ya conocemos de sobra pues es el rito habitual. Hay que señalar que George fue en su día, aun en su situación de indigencia, el precursor de una productiva actividad de ceniceros hechos con latas de refresco, labor que no sabemos por qué abandonó cuando otros compañeros suyos se dedicaron a relanzarla con vistas al turismo de la ciudad.

Allí nos encontramos con Miro, checo, hombre de aspecto rudo pero muy agradable que, a pesar de llevar varios años en España, no habla bien el idioma, aunque lo entiende perfectamente. Se halla en su provisional “asentamiento”: un colchón raído y viejo rodeado de lo que nosotros pensamos es basura acumulada, pero que para él es todo lo que tiene y, por mucho que le recomendamos limpiarlo para evitar la desagradable visita de las ratas, no se deshace de ello. Entre sus pertenencias hay montañas de comida que los vecinos le proporcionan, movidos por la compasión y las ganas de ayudarle. Acepta el café que le ofrecemos y, locuaz, se pone a hablar en esa jerga tan suya que, por lo menos, a mí me resulta difícil de entender. Nos cuenta cómo perdió su pasaporte después de un accidente grave que tuvo y como su gobierno se desentendió de él. Dice que se va a ir a Madrid, andando, para mejorar su situación, pero que cada vez que lo intenta la policía le devuelve al punto de partida, cosa que no comprende, por lo que se haya “un poco” molesto y un tanto frustrado. También nos habla de un par de señoritas (no sabemos si religiosas) que se acercan en una furgoneta una vez por semana, lo recogen y lo llevan a una especie de albergue donde lo asean y le dan ropa limpia. Tras esto nos despedimos dándole las buenas noches y seguimos nuestro camino.

Seguimos por la avenida hasta llegar a la hamburguesería…, en cuya puerta espera, con los pantalones hechos jirones, Antonio, español y joven al que invitamos a un café. Le preguntamos cómo lo trata la gente y, sorprendidos como siempre ante tanta indiferencia, dice que se pasa las horas allí pero que nadie le ofrece nada…ni siquiera una mísera y raquítica hamburguesa. Así que, tras desearle suerte, nos dirigimos hacia el río.

Pasamos entonces a recorrer la vera del río, donde por estas fechas se suelen encontrar muchas personas. Primero nos encontramos con Encarni y con Mari, españolas, en su campamento, sobre las que circulan rumores sin confirmar que en nada las benefician, pues allí todos se conocen. Nos comentan que están viniendo de la empresa municipal de limpieza acompañados por la policía para hacer “limpieza” del lugar, obligándolos a desalojar, aunque les permiten que se queden a dormir. Mientras charlamos se toman un zumo, y nos indican dónde se sitúan otras personas sin hogar. Tienen un perro y unos gatitos que a punto están de “irse” con las voluntarias.

Seguimos la marcha hasta encontrarnos con Chari, mujer de cierta edad que tiene montada una tienda. Nos comenta, con tristeza, que ha fallecido su perro, Guti, atropellado; pero está esperanzada porque ha tomado la decisión de retornar a su país, Bolivia. Le están arreglando los papeles y parece que los trámites van por buen camino. Nos habla, dicharachera y alegre a pesar de todo, de su época dorada en la ciudad y lo compara con la actualidad y a lo que se tiene que dedicar para sobrevivir, vendiendo lo que encuentra por la calle en los mercadillos, donde, nos dice, hay de todo menos gente honrada (se ríe con la broma). Se toma un café y unas galletas y nos despedimos deseándole descanso.

Llegando al club de remo nos encontramos con tres españoles juntos, sentados uno al lado del otro y no precisamente ejercitando los músculos. Alonso, José y Peter Pan… están esperando que cierren el club para “acomodarse” y ponerse a dormir, unos simples sacos es todo lo que tienen, pero dicen que es suficiente. Charlan amigablemente y desenfadadamente, aunque cuando nos ponemos a hablar con ellos de manera individual, Alonso nos comenta que no termina de sentirse bien en su “nueva” situación. Nos cuenta que todavía no se ha hecho a la idea. Trabajaba en la construcción y, en palabras suyas, lo tenía todo: juventud, una mujer, una casa, un coche y un trabajo… ahora sólo le queda la juventud y una vida larga por delante para lamentarse. Nueve meses y más dolor que en un parto han bastado para que pierda toda ilusión y expectativas de mejora, a pesar de las palabras de aliento de sus compañeros, auténticos veteranos de la calle. José nos cuenta, por ejemplo, que la droga le ha llevado a la calle, pero que él espera salir de la droga y de la calle, se lo ha propuesto y nadie ni nada le van a hacer cambiar de opinión…sí, desde luego es terco, pero también muy valiente. Está claro que no le deseo esta situación límite a nadie y menos a ellos, que son quienes la están viviendo día a día, pero está claro que al final todo en la vida es cuestión de actitud y decisión, la que tomamos cada persona ante los envites de la vida, que de esos nos llevamos todos y todas. Intercambiamos unas palabras y seguimos nuestra marcha, mientras, Peter Pan escenifica el show al que nos tiene acostumbrados para animar a sus compañeros…y a nosotros, sin duda, es un personaje.

También está claro que en esta labor, que es la nuestra, a veces das y otras veces recibes, y en esta ocasión en concreto nos llevamos más de lo que trajimos… unas sonoras carcajadas y una luz de esperanza: hasta en las situaciones más dramáticas la gente es capaz de sacar lo mejor de sí y compartirlo con los demás, ¿quién dijo que el hombre es eminentemente malo?

Continuamos por el río y nos encontramos con Mario y María, pareja rumana, que están instalados también con una tienda de campaña. Nos ofrecen su hospitalidad muy gentilmente y estamos un rato con ellos. Tienen el fino detalle de ponernos un mantelito sobre el poyete para que no nos manchemos al sentarnos. Se muestran tímidos pero muy agradecidos, así que para respetar su intimidad nos despedimos cariñosamente tras unos momentos en que el silencio acogedor ha sido el actor principal.

Llegamos a la torreta, donde se encuentran Vicky, rumana, y tres personas más, un hombre mayor que está solo y que acepta café y galletas, y otra mujer y otro hombre, jóvenes ambos y familia de la primera. Están preparando la cena, peces del río a la brasa, huele bien y nos ofrecen de comer, pero lo rechazamos amablemente; pasan penurias pero comparten lo poco que tienen…me recuerda al milagro de los panes y los peces, y su interpretación de que todos comieron hasta saciarse porque todos aportaron lo que tenían, por poco que fuera, que porque Jesús los multiplicara. Vicky nos cuenta que se va a volver a su país en breve, donde se encuentra su hija, ya que aquí no le retiene absolutamente nada…qué diferencia de cuando vino cargada de ideas y proyectos, todos maravillosos, quizás engañada por la leyenda de Eldorado. Nos despedimos con un “que aproveche” y seguimos adelante.

Al poco, vemos a Antonio, portugués, que está durmiendo tirado en el suelo, pero al acercarnos se despierta. Mientras estamos charlando con él aparece una mujer joven que está buscando, descalza, sus pertenencias entre los arbustos. Nos acercamos y nos cuenta, muy afligida, que se encuentra muy mal, que tiene dos hijos a su cargo y que sus compañeros abusan de ella. Pienso que no está muy centrada, pues dice muchas incoherencias y cosas raras; tras desahogarse, y sin darnos posibilidad de réplica, se marcha por donde vino como si no nos hubiese contado nada. Personalmente, me quedo un poco aturdido, no sé si he asistido a una mentira urdida por su mente debido a las terribles circunstancias en la que vive esta chica o al pedido de auxilio de una persona necesitada. En cualquier caso, es lamentable y triste, lo hablamos entre nosotros y coincidimos en nuestra impotencia ante la situación vivida, aunque no damos crédito a lo escuchado.

Subimos a la avenida ya de vuelta y nos encontramos con Manu, nigeriano, en una parada de autobús. Está triste y no tiene ganas de hablar, como siempre, pero muy amablemente nos dice que necesita unos zapatos, que hoy no podemos proporcionarle, y nos despedimos de él, dejándolo solo. Este caso me recuerda al de Miro, dos personas que no se relacionan porque no hablan español y no hablan español porque no se relacionan… el pez que se muerde la cola.

Por último, nos acercamos a donde se halla la “mujer anónima” rodeada de paraguas, tiene su resguardo en un portal. Mayor y española no sé cómo se llama, pues en los años que “la conozco” no he oído de su boca más allá de un par de monosílabos, siempre rechazando nuestra compañía y ayuda. Aun así, nos acercamos pero es en balde. Si he visto una situación irreversible por enquistada es, sin duda, esta.

Así que, como siempre, terminamos volviendo al punto de partida para separarnos hasta la semana que viene, entre ilusionados y decepcionados, pues de un extremo al otro se pasa casi sin solución de continuidad en este voluntariado.

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