Un leve dolor de cabeza fue lo primero que advirtió tras despertar, y retornar así de su pesadilla. No obstante, no recordaba haber siquiera penetrado en la infernal estación de tren.
Mientras intentaba reponerse y erguir al menos la espalda, comprobó cómo la muchedumbre murmuraba tras avistarlo.
<<¿Qué ha sucedido?>>, <<¿Por qué me encuentro aquí?>>. Son las preguntas que se hacía, al tiempo que aquella compacta amalgama de hierro y acero irrumpía en la vía, pareciendo levitar sobre el sólido raíl.
En aquel momento volvió a ser insignificante para la turba, que parecía esta vez pelear entre sí por desalojar el tren o introducirse en éste respectivamente, a pesar de que alguno de sus miembros hiciera ademán por asistirle antes de abandonar el lugar.
Y entonces, desde el andén donde se hallaba, divisó a alguien familiar salir del artefacto. Una mano tendida le ayudó a alzarse. Arrumacos, un abrazo digno del más enorme de los plantígrados, y un cálido beso en los labios le hizo sobreponerse al fin. Su billetera había desaparecido, pero la amnesia temporal producida por el golpe asestado no le había impedido reconocer a su par.
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