Desde que soy una niña cuando estoy sola  y como un principio de supervivencia  me toco la cara, me acaricio, me paso la legua por la palma de mi mano derecha simulando que es la boca de un hombre, muevo mi lengua de forma circular, juego con mi respiración me concentro en una especie de juego privado. Tengo un vacío en mi memoria oficial  y lo he tratado de llenar con  unos ojos azules y una boca grande que no me suelta. Lo cojo y lo sigo, es mío, impredecible e irresistible como la muerte sin momentos de duda ni miedos, siempre si, siempre adelante, siempre creyendo y así llegue a este país,   tejiendo caminos y abandonando valles con la  intención de llenar ese vacío con una sensación de descenso hacia una realidad mas parecida a la mía.

Siempre he tenido suficiente gente a mi alrededor, no tengo derecho a sentir soledad,  he tratado de alejar

mis propias criticas existenciales cambiándolas por análisis durante  varios años. He leído sobre psicología, filosofía, espiritualidad, soy mi primera curiosidad en la vida y mi terquedad me ha traído hasta aquí, hasta el otoño magyar con su brisa y su Danubio, entonces parezco feliz porque desde que llegue me han tratado como una reina, me lo han dado todo y sin esperar recibir de mi nada a cambio. Durante el día trabajo en un atelier de moda que ha llenado todas mis expectativas, vivo en un bonito apartamento con una vecina afable, como chocolate y bebo vino cada vez que quiero, siento que lo tengo todo, hasta que me veo besuqueando mi mano por las noches , esta vez es la boca de un hombre que me mira como un animal en la maleza, labios abultados que emergen de una barba abultada y que tiene un olor varonil que me llega hasta el vacío en mi memoria llenándola con placeres reales y antes de quedarme dormida, sintiendo mi propia saliva en la palma de mi mano me siento feliz. En la mañana al disiparse el hechizo de la mano reaparecen las diferencias del sueño a la realidad.

En mi mente nunca ha prevalecido el orden ni el sistema, vivo dentro de un desorden de  palabras que no estoy dispuesta a pronunciar, vivo en una ensoñación y cuando tengo que enfrentarme a esa realidad, a la realidad de mi amable cobardía no puedo ver a los ojos ni decir lo que siento, no puedo  lidiar con la cruel alexitimia infantil que me ataca, tampoco puedo disipar  el sentimiento de culpa que tengo por querer  romper las cadenas de un largo matrimonio en donde me he perdido lo suficiente como para no reconocerme fuera de él. Cómo comienzo a romper el envoltorio de pensamientos de mi uso ulterior y convertirlas en palabras que se clavaran como alfileres en los oídos  de una persona  para salir de la incomoda sensación de estar mintiendo dentro de una la narrativa ortodoxa  totalmente muerta. Cómo podría continuar sin miedo a perderme en la pesadumbre de la noche y el día a consecuencia de mis decisiones. Y después, cómo respiro en mi nueva arquitectura vital  con un corazón que madruga y que nunca pierde la esperanza de encontrar lo que es mío, lo que me quito la muerte en otra vida, mi cordura.

Hoy oí una canción, varias veces, «Llorarás» bailé, dibujé, cociné, me di un baño y le escribí al hombre de los ojos azules y la boca que no me suelta.

Fin.

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