El espejo de sus ojos reflejó entonces, de repente, al hombre que recordaba haber sido y ahora ya no era, al hombre que otros habían cambiado y del que apenas recordaba nada. Le devolvió tan solo por un instante al lugar que le correspondía y del que nunca se debió dejar apartar. Aunque fuera solo por un momento, toda la oscuridad que le envolvía últimamente se convirtió en luz y el espejo de sus ojos le contempló radiante, firme, seguro…, para acto seguido, desde el andén, inmóvil, paralizado por la visión fugaz de su anterior yo, y sin el valor suficiente para detenerle, ver cómo se alejaba a la vez que, casi seguro de no volver a ser nunca más el de antes, prometerse a sí mismo no desaprovechar la oportunidad, si el destino así lo deparara, de mirarse de nuevo en el espejo de sus ojos, atrapar su reflejo y no dejarle escapar.
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