En ese momento, la anciana que apenas veía y padecía de dislalia me miro con una cara triste, reflejándome su bondad.
Era mi primer día allí y no conocía más que a mis compañeros de voluntariado.
Había multitud de ancianos, o como yo les llamo, “sabios de la vida”.
Me parecía un poco brusco la propuesta que le ofrecí a esa anciana que estaba recogida en su silla de ruedas, sin embargo, me envalentone y le pregunte: ¿quiere dar una vuelta por el patio?
La mujer quedó atónita, sonriente al desafío y perpleja por mi osadía, no recibí respuesta, al menos vocal, pero sus muecas arrugadas y sus ojos encendidos tras ver luz, que hacia tiempo parecía no ver, me alumbraron.
Animado, a la vez que dudoso, de mi éxito, recorrí varias veces aquel patio. Interrogue a la mujer que lejos de ser pobre, era muy pobre y relucía. Fascinaba. Enriquecía.
Me contesto todo, sin abrir la boca y sonriendo especialmente si le preguntaba: “¿Una vuelta más?”
Aquella tarde nos fuimos los jóvenes, contentos con esta nueva experiencia y cuando volvimos tres semanas más tarde, saludando a la anciana me entrego un papel arrugado. En él, puso: “Gracias, por que se que no te pagan”.
No se como lo hizo, porque era letra de enfermera.
Solo pude sonreír y dar unas vueltas por el patio. Mientras tanto, Pensé:
Quien sabe que es la pobreza, cuando esta solo sabe sonreír.
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