Bajó de un salto la escalera del tren intentando  controlar sus nervios -tenía que parecer sereno- se miró los zapatos pulcramente acicalados, tanto que denotaban un extremo  cuidado en su apariencia.

Se aproximó a la terraza de la cafetería que estaba a pie de andén, sentándose en la primera mesa libre.

La camarera se acercó, era joven, sonriente  y de mirada divertida.

– ¿Qué desea el señor?

– Ojala pudieras cumplirlo. -murmuro ensimismado- Disculpe señorita, un descafeinado por favor.

– ¿Que le ocurre?  -Preguntó inquisitivamente la chica- ¿Un mal día?

-Bueno, mejor dos décadas –contestó él-  ¡El tiempo que hace que no veo a mi hija! ¿No habrá venido ninguna chica con ropa motera, verdad? Me dijo que la reconocería por el casco y la ropa.

-No, lo siento, no he visto a nadie así,  ya acabo mi turno. Dígame ¿Cuanto se arrepiente? -le pregunto mirándole a los ojos.

-Ni viviendo otra vida podría resarcirla -le contestó el hombre apesadumbrado.

La camarera volvió al instante con dos cafés  y se sentó a la mesa con él colocando un casco de motorista a un lado, mientras observaba su cara de asombro.

– No hará falta otra vida, papá. Empecemos hoy.

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