Desde el andén se divisa la vasta extensión de hierbas y matojos amarilleados por el calor del verano castellano. Una gran encina, testigo de los caprichos de estos tiempos cambiantes, se eleva solitaria proyectando su gran sombra en la que se resguardarán a almorzar los grupos de campesinos que, azada en mano, guían sus viejos arados tirados por famélicos bueyes, como antaño hicieran tantas veces sus bisabuelos.

A derecha e izquierda, colonizada ya por las primeras plantas que comienzan a reconquistar el espacio usurpado por el hombre, se aleja la vieja vía, otrora sinónimo de prosperidad, y que no volverá a escuchar el traqueteo de la Alta Velocidad Española.

El apeadero tampoco presenta mejor aspecto, paredes desconchadas y cristales rotos, recuerdo de las revueltas sociales provocadas por las leoninas medidas gubernamentales para hacer frente a la crisis del petróleo.

Toca volver a la vida rural, pequeñas comunidades en armonía con la naturaleza… Atrás quedó la globalización, las grandes infraestructuras, los grandes medios de transporte basados en combustibles fósiles… Tan lejos de ese futuro de ciencia ficción que augurábamos a principios del Siglo XXI. Mucha gente se lamenta, pero… ¿Seguro que esto no es mejor?…

 

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