Después de que el desdichado culminara su contrato por cinco meses, después de viajar por toda la República Mexicana, espera en el andén. Su destino es incierto, solo sabe que va a Sudamérica, de mochilazo, no desea nada, solo alejarse de todo para encontrarse consigo. Cuando llegó a Bolivia ya iba totalmente desesperado, sin ganas de vivir, solo con ganas de acabar con el sufrimiento, pensando en lo que no disfrutaba, en el miedo que le daba la vida.
Temblando de miedo por «no saber hacer nada,» invierte un poco de su tiempo en tejer una pulsera con una bolita y con cruces, que le recordarían a su hermano que hay que morir a cada instante, atreverse a lo nuevo. Con lágrimas en los ojos, por fin pudo hacer algo, aunque no fuera para ganar dinero.
Ya en Brasil, a sesenta kilómetros de Sao Paulo, otra vez en el anden, tomará el tren a un poblado, para después caminar unas horas, su destino ahora es una comunidad donde probará la Ayahuasca para aliviar sus males. Lo único que le provoca es sueño y nauseas.
De regreso a México, los caminos de la vida, no son lo que él esperaba.
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