“Llevas en el alma garabatos, donde caben dudas muy absurdas”, aguarda ella, colgada a mi respuesta ausente, con un suave temblor en su boca y sujeta a uno de los muros de madera: un pie en el muelle, otro al aire. Sigue siendo bonita, mas un poco impertinente, se balancea desde el andén, con frases balas en las tablas que separan mi vida del mar.

Qué hora pudiera ser ya; la noche es quieta y no hay estrellas. He sido alérgico a los recuerdos de brisa salada, a la humedad de las maderas del puerto, a las noches azules, a los juegos, a los gritos de mi infancia… Sigo repelando a esta inoportuna muchacha que diez años después pretende entenderme; que con un par de ojos marrones y unos pies inquietos no me dejan saltar al pacífico.

El corazón se conforma con otros horizontes, y yo, al irme, conformé el mío al olvido.

Y corren con el aire los minutos. “Siempre has sido más intenso que el océano, Alfonso”.

Pero a pesar de la sal en sus ojos, sus piernas desnudas y su alma pacífica, no recuerdo los juegos, ya han ahondado los garabatos en mi alma. Y quiero saltar.

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