Llegué tarde. Cinco minutos. Llegué tarde.

Vi la via desierta y me senté sudoroso sobre la maleta. Mi corazón latía a gran velocidad y mi respiración, agitada, buscaba el aire que necesitaba, sin apenas encontrarlo. Miré mi reloj varias veces maldiciendo esos cinco minutos que siempre atrasa. 

Me di la vuelta. Tras de mí, en fila, media docena de maletas soportaban el peso de sus dueños que, sudorosos, observaban su reloj maldiciendo entre dientes, mientras buscaban una bocanada extra de aire.

Sonreí. Puse en hora mi reloj.Cogí mi maleta y salí a la vida desde el andén.

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