Aunque se esforzara, le resultaba imposible ver más allá de la negrura que lo rodeaba, pero podía escuchar lo que parecían ser voces de mujeres jóvenes, tan inesperadas como la pequeña luz que de poco en poco se fue aproximando a él, volviendo imposible su visión.
Cuando pudo enfocar nuevamente, se encontró corriendo tras un perro dorado que le llevaba varios metros de distancia. Las chicas seguían riendo, pero no tenía idea de dónde se encontraban, pues su campo de visión se reducía a sus gastados zapatos deportivos, que tropezaban una y otra vez con las piedras que estaba poco habituado a sortear. En cuestión de segundos la oscuridad lo volvió a atrapar y entonces apareció frente a sí un niño pequeño, que gritaba alegremente. Sus rizos le cubrían los ojos mientras corría con una pelota entre las manos. Entonces el niño desapareció y se encontró alzando los brazos para alcanzar el birrete que se giraba en el aire, junto con una veintena más, cuya trayectoria era imposible seguir gracias a los rayos del sol. El ruido del mar se escuchaba cercano, aunque no era capaz de verlo. De pronto la imagen se borró y de nuevo se encontró en medio de la nada. Como un ciego que gradualmente recupera la vista, vio un balón de futbol se aproximarse a él, pasando a unos cuantos centímetros de su rostro. Instintivamente apretó los ojos y al abrirlos se encontraba sirviéndose jugo de naranja en un vaso de cristal. Se llevó a la boca una rebanada de pan tostado y sintió cómo un par de brazos envolvían su torso. Al volverse encontró una chica vestida sólo con una playera que le venía grande, con el cabello revuelto y una sonrisa discreta dibujándose en su rostro, que se levantaba en puntas para besarlo. Pero no hubo contacto alguno, porque enseguida vio sus ensangrentadas y un hombre inconsciente tirado a un lado de él. Tratando de entender lo que sucedía, reconoció las piernas de una chica subiendo las escaleras que estaban encima de su cabeza. Las calcetas blancas le sugerían su edad. Pero el horror que experimentó al ver la púa resbalar de entre sus dedos y perderse entre los adolescentes que se encontraban en primera fila lo hizo olvidarse de ella. Cuando menos lo esperaba se encontró en medio de un cuidado jardín. No evitó levantar una ceja al ver que el periódico que estaba tirado entre sus pies tenía una mierda de perro encima. Parpadeó y debajo del borrador que estaba sobre su pupitre había un pequeño papel que él descuidadamente sacó. La maestra de inmediato se dirigió a su lugar, amenazando con quitarle el examen. 

Un zumbido lo hizo apretar los ojos y antes de que pudiera abrirlos casi estuvo seguro de sentir numerosas manos recorrer su cuerpo. Escuchaba a las personas moverse rápidamente, usando términos que él desconocía. Pese a que quería ver qué sucedía, seguía en medio de la oscuridad, acompañado de aquél molesto sonido cada vez más frecuente. No supo en qué momento las voces comenzaron a desvanecerse, hasta que el zumbido, que simulaba el ruido de una gotera, se volvió constante.     

Suspiró, se quitó los audífonos y minimizó el reproductor de video. Sonriendo, tecleó con rapidez “Buenísimo, ya verás que ganas el concurso. Ojalá algún día llegue a tener tantas anécdotas qué contar como el personaje de tu cortometraje, jajaja” y envió el mensaje. Antes de su amigo pudiera responderle, añadió “ya me entró sueño, nos vemos mañana” y cerró la ventana del chat. Pero cuando iba a apagar la computadora vio que la página en que seguía algunos programas de televisión acababa de subir un capítulo de su serie favorita. Miró el reloj, se encogió de hombros y presionó play.   

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