Y de repente escuchó el llanto del pequeño y supo que había llegado la hora de desconectar su portátil. Aurora llevaba cerca de dos horas trabajando en su nuevo post del blog que, de momento, le daba más quebraderos de cabeza que alegrías, recopilando información, documentándose, perfilando las últimas fotos e hilvanando una historia que aparentemente pudiera ayudar a sus seguidores. O al menos, ese era el objetivo para conseguir lectores y usuarios que la leyeran.

-Amor, debes atender también al pequeño. Daniel te adora y sabes que te hecha de menos, mucho más que tu blog, le susurró Andrés, desde una instancia contigua.

-Es solo cuestión de unos minutos, escribiendo soy bastante rápida pero es la tecnología la que me saca de mis casillas, adujo Aurora.

Andrés avanzó hacia la habitación de Daniel para quien nada de este mundo parecía tener solución a su llantina. Lo cogió, lo rodeó con sus brazos, y aun nervioso, consiguió armarse de la paciencia suficiente para dedicarle unas palabras de dulzura infinita y sosegada, darle un poco de agua y cantarle una nana mientras arqueaba la mecedora al son de la melodía.

Las lagrimas fueron desapareciendo poco a poco del rostro del pequeño y unos minutos más tarde esbozaba sonrisas a su padre y hacía la imitación pertinente de la voz del progenitor, o lo intentaba. Mientras, el reloj de la mesa, en la que Aurora intentaba componer las palabras para no defraudar a sus seguidores, avanzaba decididamente hacia la medianoche.

En ese momento, advirtió que una de esas pantallas que se agrandan cuando un amigo quiere hablar contigo, se desplegó e inició una conversación en una de las redes sociales más conocidas del momento. Con la mente dividida entre el haber y el deber, entre las ganas y la obligación, Aurora continuó escribiendo angustiada cuando comenzó a recordar el duro día de trabajo que mañana le esperaba en la oficina aunque ahogó sus nervios con una didáctica más activa y enfureciendo su gramática. El léxico brillante pensó, será para el siguiente post.

Al fondo de la casa, Andrés le gritaba varias palabras que intentó descifrar sin éxito, ya que sólo discernía el final de la frase con un  “…. Mamá”. Entonces, despachó la conversación amiga con un “perdona Julia pero estoy terminando mi último post y quisiera terminar lo antes posible, te llamo y hablamos, Ciao”. 

 Andrés asomó la cabeza por la imponente puerta de madera de haya del despacho, con el retoño en brazos y con la voz algo cansada le replicó a Aurora;

-Te decía que acaba de decir su primera palabra y ha sido “mamá”.

Aurora, con cara de decepción, se quedó pensativa cuando, desde el estómago a la cabeza, una sensación de amarga tristeza recorrió todo su ser. Sentía que en la vida no se puede tener todo, sentía que esta nueva afición suya, que ni siquiera sabía si algún día llegaría a buen puerto, le estaba costando bien cara. Y sobre todo, pensó que ni siquiera se trataba del tiempo que tenía que dedicar a este nuevo menester tecnológico que le iba a otorgar una mayor magnitud en su recién estrenada reputación on line, sino a todo lo que tenía que renunciar por ello.

-No se qué decir.- Acertó, al fin a pronunciar Aurora.

-No te preocupes, habrá más ocasiones. Acaba tu trabajo y, con suerte para entonces quizá Daniel ya esté dormido, murmuró Andrés que volvió con el bebé a la habitación.

Aurora continuó escribiendo a la velocidad del rayo y con más ahínco, pero los ojos ya acusaban el cansancio de más de toda una jornada laboral. Intentando acabar lo antes posible, se dio cuenta que había cometido varias faltas de ortografía y perdió todavía más tiempo en rectificarlas.  

Andrés se acercó de nuevo a la puerta del despacho y deslumbrado por la claridad, tan diferente a la penumbra que reinaba en la habitación de Daniel, entrecerró los ojos preguntándole a Aurora si le quedaba mucho.

-A lo sumo, no más de diez minutos, contestó, ya con la cabeza pesada.

Pero Andrés decidió irse a la cama y darse una tregua ante lo agotador del día.

Unas últimas referencias, crear el vínculo a una de las páginas de la autora, a la que hacía referencia en el blog, y subir el texto al servidor eran las últimas actividades que separaban a Aurora del final de su tarea. Las terminaría y todavía llegaría a tiempo de contarle a Andrés, entre las sábanas, lo larga que había sido la jornada mientras lo abrazaba.

 Empezó a ejecutar sus tareas y cuando terminó había perdido por completo la noción del tiempo. Invadida por el cansancio subió el texto al servidor cuando aquella tecnología le contestó “texto perdido, vuélvalo a intentar de nuevo”. Aurora notó cierto sudor frío pero pensó en volverlo a copiar de su documento del escritorio. Sin embargo, advirtió que había perdido la mitad del mismo.

Abochornada por la situación y con los nervios encrispados decidió templarlos y avisar a Andrés que la estaba esperando. Avanzó por el pasillo y, cuando estaba a punto de esbozar la primera palabra de disculpa por su tardanza, escuchó, entre el silencio y la penumbra de la noche, la respiración profunda y acompasada de Andrés acompañada de la del pequeño Daniel que expiraba cuando su padre inspiraba y viceversa.

Entonces, Aurora, invadida por el cansancio, besó a Andrés en la frente y arropó al pequeño Daniel que se movió en su cuna. Cuando apenas empezó a dar el primer paso por el pasillo para dirigirse de nuevo a su mesa de trabajo, se paró y negando con la cabeza se dijo a si misma, “esto no puede seguir así”.

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