Sobre lazos sin fronteras

Sobre lazos sin fronteras

Silvia Marteniuk

01/05/2020

De tierras de castañuelas a una tierra desolada, la Patagonia se anuncia con ese viento que hiere.

Frente a una geografía sin vestigios de guerra, el silencio de voces colmado de incertidumbres.

Ya se alcanza a ver el puerto, las manos se aferran al escaso equipaje y un tosco gesto de unión entre pasado y futuro, los bajará del barco.

Tan distinto todo y nada parecido, para iniciar un camino a trazar.

En las sonrisas empáticas, que los idiomas no explican; los forasteros empiezan a reconocerse.

Los gestos delinean significados en el aire, con las cejas levantadas expectantes de entendimiento.

Similitud de sentires, ausencias y soledad, hacen el resto.

Y del crisol de culturas, brota la identidad de inmigrante, que se valora en la lejanía cuando la propia no alcanza.

Sin lugar para al azar ni para las voluntades, la vacante de trabajo escogerá a los nuevos vecinos, mientras empieza a asomar un sutil sentido de pertenencia.

Desempacar lleva poco tiempo y urge colocar los cordeles para secar lo lavado.

Así se traza un horizonte próximo en el que convergen las miradas, mientras las sabanas flamean con secretos de blancura que intrigarán al curioso.

Las pisadas firmes van horadando la gravilla de un lugar que comienza a ser familiar y agradable.

Y en la sensación de que todos se quedan, los pensamientos se calman.

Lejos y solos, pero cerca de alguien que también esta solo; la confianza encuentra su oportunidad.

En la extensa Patagonia escasean carreteras. Nada llega fácil. El ingenio aparece y se agradece.

Con coraje e inspiración de granjeros, desafían un suelo desnutrido; mientras crecen las alamedas que soportaran los vientos.

No sobran ni los consejos ni el relato de experiencias. El vecino es portador de saberes y también tiene otro vecino.

La voluntad compartida se multiplica y con la cosecha de los sabores conocidos se siente la emoción de tenerlo casi todo.

A sabiendas de que se puede, las expectativas van encontrando su lugar.

Las calles custodian con celo, la identidad de orgulloso inmigrante. Ya se saluda en mismo idioma y con forzada pronunciación.

Siempre habrá añoranzas que asoman en las tardecitas compartidas con los recuerdos, pero en el afán de encontrar similitudes see disimula la usanza que revela procedencias.

El afuera es comedido para lo que se tiene en común, y el origen que es raíz, se protege bajo techo.

Y en confinado refugio brotará la raíz portada, proliferando al tiempo en que las familias crecen.

Herederos de culturas con derecho a lo diferente, van retornando a moradas de aromas conocidos.

Hablan bien en ese idioma que abraza nuevos vocabularios, acercando tradiciones que la prudencia juzgará.

Portadores del afuera y sin temor al desaire, traen noticias de los otros que traspasan los umbrales y resguardando lo propio se hace lugar a lo ajeno, en la nueva costumbre que se adquiere.

Se esboza una localía del hogar lejano, mientras la prole criolla alardea de su vieja y de su nueva tierra.

Nada se contradice y toma valor la trascendencia.

Distintas generaciones ya con bandera argentina, llevan consigo la impronta del origen importado. La curiosidad se ocupará de forjar a los viajeros, que anhelan esos lugares que han conocido en palabras.

Acarreando gran bagaje de relatos y de nombres, descubrirán versiones que enriquecen los sucesos, de aquellas identidades que la nacionalidad no explica pero que se funden en el abrazo de un afecto compartido.

La noticia se esparce en comarca de criollos, que reconocen familia más allá de las fronteras. No tardará el inquieto en cuestionar su futuro, con esperanza típica heredada de inmigrante.

Buscando el amparo de esas tierras, el aventurero emigra con sensación de regreso.

 

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