Anochecía en sus ojos claros, apoyada en esa rueda de metal que la aislaba de la estación de la vida. Marchaba con frenesí el tren de incesantes ruidos. . . ella marchaba también. Anochecía en sus ojos claros y anochecía también el día. Subió un nuevo pasajero, la miró, y le pidió permiso para sentarse a su lado. Ella lo miró, abrió bien los ojos, entreabrió sus labios pero nada dijo; sólo continuó mirándolo. El nuevo pasajero comenzó a hablar. . . —Me llamo Juan Funes, mi código de reconocimiento es 333, ¿y el suyo? Ella lo miró con desesperación. . . “Funes”, recordaba ese apellido, ¿dónde lo había leído?, ¿dónde? El compañero volvió a preguntar: —¿Tiene Ud. código? ¿o tal vez es nueva? no se preocupe, en todo caso se lo darán a la llegada. —¿Código? ¿Qué código? ¿Llegar? ¿A dónde iba a llegar? Dios. . ., ¿Por qué estaba allí, por qué estaba así, sin poder hablar, sin poder mover sus músculos? El acompañante continuó. . . —Hace largo tiempo que estoy allí, no recuerdo cuánto. ¡Oiga!, tal vez Ud. conoció a Gloria Funes, era mi hermana, muy bonita, así la recuerdo; claro que pasó tanto tiempo. . ., pero seguro se conserva bien. Pero, ¿por qué no me cuenta algo de Ud.? . La comprendo, siempre sucede así la primera vez, pero luego uno se acostumbra; verá que le gustará, allí no hay malos ni buenos; todos somos iguales. Incluso puede elegir la sección que más le guste, puede convertirse en lo que Ud. quiera, pero no voy a contarle más, pues ya lo averiguará por sí misma. Sabe? yo soy el encargado de la sección GUERRA, no, por favor no piense mal; se llama así pero no es nada de lo que Ud. cree. Le explicaré como funciona: supongamos que Ud., no, Ud. ya no. Supongamos que un señor sale a la calle, tropieza, se cae y voltea a otro señor ¿cómo reaccionará éste? Puede golpearlo, entonces, ahí intervengo yo: tomo su mano, le aplico una dosis de paz y todo termina bien, ¿se da cuenta? Es muy cómodo y confortable trabajar allí. Oh! ya llegamos. Baje Ud. primero. Ella intentó moverse y sus músculos temblaron como si hubiesen estado esperando justo ese momento para activarse; lentamente se movió, y sus ojos se abrieron grandes, grandes. Comenzó a sollozar. Ahí la esperaban sus amigos, sus padres, gente que hacía muchísimo tiempo habían partido para siempre. ¡No! retrocedió unos pasos, no bajaría; en ese momento lo comprendió todo: se dio vuelta y vio a su acompañante. Él, ya no era el mismo, había cambiado. Sus ojos eran dos huecos profundos, su boca, una mueca horrible. —¡Baje! –ordenó el 333. ¡No! ¡Ella no bajaría! ¡Ella no estaba muerta! Abrió sus labios y salió una voz transparente, llena de locura: —¡No, por favor, no! —No tienes opción –dijo el 333. O te quedas, o regresas a ese mundo que te despreció mandándote aquí. No lo pensó más, avanzó hacia el fondo del pasillo, se volvió, y aquella frase murió en sus labios cuando el tren desapareció y ella dijo: “QUIERO VOLVER”.
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