Serían eso de las cinco de la tarde cuando Natalio regresaba del cine. La película lo había tenido esclavizado varias horas; es cosa de darse cuenta de que uno está aburrido, “¿A qué hora acabará esto? ¿Quedará poco? ¿Faltará mucho? Debería haberme quedado en casa. Hace frío y mi teléfono se ha descargado. Pero no entiendo… a él lo habían envenenado recién. ¿Cómo esa señora puede llevar ese peinado? Cuando llegue a casa comeré un poco de atún con mayonesa, alimentaré a los canarios y luego dormiré, sí porque mañana debo estar temprano en el correo”. Natalio lo sabía, pero cuando vas al cine o al teatro si no te gusta la función te vas y la plata nadie te la devuelve. Ya en casa, la luz que había quedado prendida en el fregadero, llegaba hacia la cocina, la cual daba paso a una imagen aterradora que se proyectaba felizmente en el techo del lugar. La luminosidad que venía del lavadero, junto con los canarios histéricos que agitaban la jaula sin parar, creaban la ilusión de enormes y espantosas aves, como monstruos voladores, que chillaban y trinaban irritadas, desesperadas y nerviosamente buscaban algo de alimento, algún alpiste, alguna semilla que probar. Picoteaban la jaula y a ratos se mordían entre ellas gritando como ratas aplastadas. Natalio medio enfadado, cabizbajo y desanimado, el cine, los pájaros, el correo, registró la cocina buscando comida para aves “A veces uno es tan descuidado. Siempre pienso que llevo todo que he hecho todo, y siempre olvido algo”. No había ni una sola semilla de alpiste, ni pan ni huevos ni lechuga, ni el cine ni el correo ni plata ni nada. Natalio abrumado por el atosigante movimiento y ruido de las aves, decidió llevar la jaula hacia afuera. Habían sido meses desde que Natalio no volvía a su casa. Los pájaros se habían reproducido entre ellos, miles de crías deambulaban berreando por entre medio de las rejillas de la ensangrentada celda, repleta de cadáveres y fetos de los volátiles seres, que en un acto de sobrevivencia y canibalismo se habían matado entre ellos y asesinado a sus propias crías, y aun así eran cientos y cientos de aves y Natalio y las aves, y el correo y escaparon por toda la casa volando por el fregadero hacia la cocina y luego por toda la casa y miles de miles de cuerpos despojados llenos de placenta y plumas esparcidas por todo el comedor, el baño, el living y Natalio. Serían eso de las cinco de la tarde cuando Natalio regresaba del cine, regresaba después de cuatro meses fuera, olvidando descuidadamente sus aves preñadas. Olvidando el alpiste, el cine y el correo.

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