En ese Auto viajaba yo

En ese Auto viajaba yo

Fernando Gieco

12/06/2017

Estaba ahí parado frente al río, si rostro, si alma, sin calma interior, sin vida. Solo un cuerpo vacío, esperando una señal del destino o un impulso interior que lo empuje a saltar a nuevas experiencias, a vivir nuevamente, sus pensamientos estaban como buscando la manera de salir de esa prisión que son los recuerdos en espiral, de círculos sin cerrar, de emociones truncadas, de historias sin principio ni final, que no dejan de cruzarse una y otra vez hasta que de alguna manera, las puedas cerrar y con un, ya basta, la vida continuar.

De pronto una idea viene a su cabeza, tomar un micro sin destino ni final y viajar por el tiempo en los recuerdos, hasta el lugar donde todo comenzó, donde todo hubiera podido terminar, y que sigue ahí, porque nadie se había atrevido a volver y cerrar aquel portal.

Ni siquiera fue necesario que el coche comience a andar, con tan solo sentarse y dejar desplomar el cuerpo sobre la cómoda butaca, la mente comenzó a rebobinar en el tiempo, hasta llegar a ese punto donde todo, hasta la vida, de golpe se terminaba, donde toda esta historia de golpe comenzaba.

Así comienza este viaje, mi viaje, al pasado olvidado y nunca más recordado, al cuarto cerrado con mil candados en mi cabeza, a navegar por el vacío de una laguna mental.

…La feria más importante de la ciudad, al fin arrancaba. Como cada año traía sus sorpresas, llegaban visitantes extraños, familiares y turistas. Era la fiesta, la gran fiesta del pueblo. Nos brindaba a todos trabajos, festejos y esa sensación de éxtasis en el cuerpo, que te da una energía diferente, una fuerza inagotable. Fue una semana de euforia adolecente, de risas interminables, amores de una noche, tragos sin reproches, rebeldía autorizada y entre el cursado, el trabajo y las salidas, poco lugar para descansar nos quedaba.

Esa última noche, todos nos reuniríamos en el pub, para luego ir a bailar y terminar el gran festejo juntos en la plaza central, a la madrugada sin descansar. Pero un agotamiento residual, acumulado con un cansancio corporal extenuante, te iba calando en lo hondo, te iba marchitando el semblante. Con tan solo parpadear, y ya sin reflejos, al piso de cara ibas a dar. Fue cuando en un sillón quede exahusto, dormido, pero entonces aparecieron unos labios mágicos y rosando los míos me hicieron volver a la vida, nada especial, solo alguna nueva amiga que venía al rescate y te alentaba a seguir con la fiesta adelante, éramos varios, bailando, tomando, besando alguna chica desconocida, que se sumaba al grupo como si fuera una de nuestras entrañables amigas.

Yo estaba al mando, o por lo menos al volante, cuando mi mente dio su último aviso de alerta, decidí hacerle caso y con vos fuerte les grite -“Nos Vamos”. Sin casi despedirse de nadie, nos fuimos al auto, no tengo idea de quienes o cuantos, los fuimos llevando a distintos lugares hasta que solo éramos cuatro. El sol ya estaba afuera aunque era muy temprano, tenía mucho frío culpa del cansancio y debido al sueño acumulado, mi estómago y mis manos estaban temblando. Bajamos al último desconocido y quedamos tres hermanos, tres hermanos de la vida, esos que te acompañan siempre, sin siquiera preguntar ¿a dónde vamos?.

Fue cuando tomé un rumbo distinto al esperado y en vez de ir a descansar decidí dar una vuelta más y sin mediar palabra comencé a salir de la ciudad, no se dónde íbamos, nadie preguntaba, era como un designio que la vida nos marcaba, todos en silencio, ni una palabra. El auto marcaba 80km por hora y una de las curvas que tomé mil veces, llego a mi retina de una forma inesperada, los intentos por estabilizarlo fueron en vano, los reflejos ya no funcionaban, salimos como una flecha, de la ruta disparados y en un par de segundos, el auto estaba incrustado en una columna de alumbrado.

Los siguientes minutos fueron indescriptibles, dolor, miedo, pánico. Los gritos de uno de mis amigos diciendo –“Auxilio tengo los pies atrapados”. Y yo sin explicación alguna fuera del auto, ahí me encontraba parado, mi puerta hundida en la columna, el auto destrozado, gente queriendo ayudar y diciendo es un milagro. Luego comencé a escuchar los sonidos como en un hueco, alejados. Todo comenzó a nublarse y al instante todo en blanco…

Me despierto con un grito y dando un salto, mi frente transpirando, mis manos temblando. Y toda la gente del micro en que viajaba me estaba mirando. Sonrío para pasar un poco este mal rato y porque después de casi 5 años pude recordarlo. Ese accidente que me marcó tanto, nunca había podido volver a mi mente, estaba como en un lago donde no hay nada, y eso es peor que saber que hiciste daño. Salí de mi cárcel, realice el viaje más largo, cerré esa historia truncada y lo mejor de todo es que al final, nadie salió seriamente lastimado.

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