Migrar es estar metido en un zapato, es húmedo, oscuro, a veces huele a pies, pero sobretodo porque parece que no tienes elección sobre tu rumbo, tienes que encaramarte allí, en el pie que decida llevarte y dejar que te mueva por un tiempo, tienes que hacerlo, tienes que dejarte llevar hasta que un día sepas cómo ser tu propio pie y te aventures a saltar del zapato.
Para mí cuando migras lo pierdes todo, pero no quiero que se entienda esto en un sentido triste o desgarrador, no. Cuando migras lo pierdes todo, toda amarra, toda raíz, una vez que te vas ya no puedes ser de ese lugar ni de ningún otro, estás condenado (y premiado) a ser siempre un emigrante.
Al principio se lucha contra eso, todo tú te sientes una desventaja, tu origen, que era tu significado, pasa a ser un obstáculo, tu forma de hablar se transforma en un lenguaje encriptado. Al migrar tienes que enfrentarte con las palabras.
Y la lucha tiene lugar dentro del zapato, en el ring, te conviertes en académico de un nuevo lenguaje, en explorador de nuevos escondites, en doctor, e ingeniero de pisos flotantes, en literato y bailarín de los días contemporáneos, en cantante de lágrimas en la ducha, en pintor de sonrisas obligadas, eres boxeador en tus propias mejillas, herrero de escudos contra afrentas, arquitecto de murallas contra sentimientos. Luchas, como un experto equilibrista contra el movimiento del zapato.
Creces, sí, pero quien resiste siempre está en desventaja y luchar contra el movimiento acaba por derrumbarte. Caes, agotado de la batalla y te dejas estar allí, tendido en el suelo, en silencio. Descansas, sientes el movimiento del zapato, te haces parte de él y notas por primera vez que sin resistencia puedes sostenerte, no hay necesidad de equilibrismo ni de murallas. Te olvidas un momento del ring y te aventuras a sacar la cabeza del zapato.
Te encuentras con una vitrina y vez tu reflejo. Esta vez sonríes sin obligarte. Ese zapato no es tuyo, te dices, ni esas murallas, ni ese lenguaje, nada externo te pertenece, tampoco te pertenecía antes.
Es una ilusión pensar que puedes llegar a dominar un país desconocido, no. Migrar requiere respeto y requiere humildad, requiere abandonar la resistencia y permitir que el zapato te lleve por un tiempo. Migrar es renacer, descubrir en ti un hogar indestructible. Darte cuenta en el camino de que tu hogar eres tú y de que ya no necesitas el zapato. Saltas.
Cuando migras lo pierdes todo y lo ganas todo, ya no perteneces a ningún espacio físico, pero ningún espacio físico puede ahora poseerte, por primera vez, eres libre. Aprendes a hacer que las raíces crezcan hacia adentro, te conviertes en un árbol flotante y al no ser parte de nada eres parte de todo.
Migrar es sentirse fuera de lugar todo el tiempo hasta que de repente notas que tu lugar está contigo.
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