Máscara, miedo y libertad

Máscara, miedo y libertad

AGustin Villacis

28/04/2020

Era un tiempo de incertidumbre, de cambios sigilosos y silenciosos que se filtraban en medio de la gente sin que esta se pudiera percatar de lo que estaba sucediendo. El ambiente disfrazado de terror y de miedo abrazaba a las personas que caminaban enmascarando la realidad. Lo mucho de pocos se balanceaba sobre cuerdas flojas, y lo poco de muchos seguía igual, como siempre, sin cambio, sin esperanza, solitario y vacío como era antes del virus, como si la pandemia siempre hubiese existido.

El esplendor de la libertad jugaba a las escondidas con el milenio, cercenando el tiempo, mientras el pánico se instalaba en la puerta de la casa, como un verdugo, esperando oculto en las tinieblas de la noche, pero también visible en la brillantez del día, siempre estaba allí, acechando como perro rabioso hambriento.

Los minutos se hicieron horas, de tal forma que un año se hizo un siglo, y le faltó tiempo a la humanidad para respirar, pues el ahogo de su alma, atada al viento de la vida, sucumbió impotente a una verdad.

La soledad se paseó por los corredores, transitó por los pasillos, entre miradas angustiadas y llantos secos, entre el corretear interminable de héroes sin nombre, que cubrieron su rostro de valentía como soldados, sumergidos en una batalla en la que miles de perdigones apuñalaban su cuerpo. Al final, la soledad se instalaba a un lado de la muerte que repicaba campanas una y otra vez sin parar.

El sueño acompañó solitario la esperanza y embriagó el dolor que traía la distancia, y así suspiró su último aliento.

Entre cantos inertes se elevaba la esperanza.

Las plegarias de fe, arrastradas por el viento, circulaban de casa en casa, golpeaban las ventanas, acariciaban los rostros, y desde el fondo de cada pecho emergía victoriosa la alegría, aplaudiendo cada nuevo amanecer, cada respirar de un nuevo día, el renacer de un sol que se levantaba victorioso en un horizonte verde donde las lágrimas fertilizaban una nueva vida y se instalaban en la sonrisa eterna de los niños.

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