Hace ya tres días que Samuel no aparece y, como cada tercer día,abandonamos cualquier esperanza de volver a verlo. Mañana iremos a su casa a darle el pésame a su señora y arrastraremos un cajón vacío hasta el cementerio, hasta que el cura diga en el nombre del padre y lo entierren junto a los cajones también vacíos de sus dos hijos, de su suegro, de su cuñado. Mañana su mujer se pondrá gafas de sol para que no veamos que ya no es capaz de llorar, que se ha secado, que nada de esto le sorprende. Mañana asistiremos casi impertérritos a otro funeral más, con el recuerdo lejano de los primeros, cuando todavía nos lamentábamos y bebíamos para recordar al finado y protestábamos porque quemasen su cuerpo así, sin más, como si fuera un perro, y hacíamos una colecta para ayudar a la reciente viuda en la crianza de sus hijos. Ahora somos tus cuñados, tus hermanos, les decíamos. Ahora somos sus tíos. Pero ya casi no quedan tíos, ya casi no quedan sobrinos. Esta maldita enfermedad nos va arrastrando poco a poco, de uno en uno.

En breve escucharemos al patrón a través de los altavoces que han instalado. Atención, lamentamos informar de que el señor Samuel Xxxxxxx ha fallecido, el velorio tendrá lugar mañana por la tarde, al acabar la jornada; recuerden que al menor síntoma deben visitar la enfermería. Ya ni se acercan aquí, la mina está maldita. El pueblo entero está maldito. Nos miramos unos a otros, desganados, y seguimos con nuestra faena. Nadie habla; de vez en cuando alguien tose y entonces todos apoyamos el pico en el suelo, el codo en el pico, y nos secamos el sudor con el pañuelo que tenemos atado a la muñeca mientras observamos en silencio al dueño de aquella tos, que se mira la mano, manchada por una mezcla de saliva y vómito, que se la limpia con el pañuelo, que suelta su pico y se aleja lentamente, arrastrando los pies, levantando polvo, empezando ya a ser polvo. Observamos, entrecerrando los ojos por el sol, cómo se aleja envuelto en ceniza, convertido en ceniza, y miramos el reloj y comenzamos la cuenta atrás de tres días.

Véllora, nos dijeron. Véllora, repetimos. Véllora, murmuramos en sueños. Véllora, pensamos cada vez que oímos a alguien estornudar, bostezar, sonarse los mocos, gritar. Véllora, maldecimos. Véllora, recordamos los primeros días, antes de que la maldita palabra resonara por aquellos altavoces, cuando nos extrañaba que un simple constipado tuviese más de dos días fuera de juego a Tobías, al armario de Tobías. Véllora, escupimos al suelo, por qué en la ciudad no hay Véllora, por qué solo en el pueblo. Véllora, esperamos, porque solo es cuestión de tiempo, porque estamos todos infectados, porque en el fondo envidiamos a los que se marchan confundiéndose con el polvo, porque nadie quiere ser de los últimos. Porque nadie quiere ver cómo el pueblo acaba siendo pasto de las llamas, cuando ya no quede ni uno de nosotros en pie, o quién sabe, cuando ya ni siquiera vean a los que queden vivos, cuando los que aguanten se nieguen a seguir yendo a la mina. Cuando el pueblo no sea más que una palabra que se borra poco a poco del mapa.

Véllora.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS