La caja de cartón de zapato

La caja de cartón de zapato

En la caja de cartón de zapato los capullitos se quedan sin alas para volar libremente al margen de sus paredes, hecho, que alivia las prohibiciones que toman como libertades los ingratos que se conforman con comer durante toda su existencia hojas de la morera. Existe un lugar de encuentro. Una plaza mayor desolada por la injusticia, en el cual los banquitos de cementos que rodean los jardines devastados por la tristeza, sólo son ocupados por los teloneros mudos de la felicidad.

Estos viandantes de la desgracia, prefieren quedarse como gusanitos antes que experimentar la metamorfosis que les llevarían a volar libremente con sus propias alas. Eran participes de la desdicha, sensible a la humedad de la maldad y al corte de una cuchilla afilada, por la vanidad, de quiénes sólo les interesan sentar en los bancos de la soledad espiritual a los máximos capullitos posibles. Pero no son los principales culpables, son simples gusanitos rastreros. Refriegan sus afeitados pechos e imaginados abdominales por las hojas de mora que tiran en el interior de la caja de cartón los que ya se han comido el fruto. Sólo ellos ven la perfección moralista en sus espejos fracturados, por observar a diario, el reflejo de un rostro ambicioso y deseoso de poseer aún más de lo que les sobra, sin poseer lo que realmente les faltan.

Espejito, espejito, hasta dónde tengo que arrastrarme para llegar a ser bonito.

En la plaza mayor, es visible una fuente que ya no salpica el agua de la vida. Lo que albergaba la pureza del agua se ha convertido en hierbas rancias con verdinas oxidadas por la contaminación de algo llamado acumulación.Este residuo, corre por las cavidades subterráneas de la plaza mayor que antes, ayer, deslumbraba con una vistosa simpatía desde el horizonte difuminado por la felicidad y la esperanza.

Ya no se encuentra esta belleza.

Ahora, la fuente salpica egoísmo y celos, por quiénes se acercan a lamentarse de la falta de vida que rodea los jardines de la comunidad de capullitos conformados. Tienen que sentir en sus interiores que quiénes se entristecen por la evolución tomada para decorar la plaza, ven convertir el reclamo de los afectados, en una alegría babieca para creerse que las alas que no dejan a los resentidos, ni ellos ni los que se comen el fruto, en alas imaginarias frente a sus espejitos quebrados.

Entristece ver también como las farolas que alumbraban pasillos de amapolas con mariposas posadas en las antenas florales, extrayendo con libertad lo que la naturaleza les ha dado, el alimento, ahora sólo reflejan un resplandor opaco, dejando sensación de melancolía de lo que un día permitió decorar con simples velas o luz lunar la naturalidad de la noche.

Ya no existe la armonía.

Saben que viven con el desconsuelo, la apatía de la convivencia, buscarán salida, por los orificios de las paredes de cartón, al encontrarse con la tapadera de la caja de los zapato del propietario que luce brillantemente los calzados, con entusiasmo hacia sí y ruindad hacia el resto.

Tampoco se ve el jardín de rosas coloridas. No consiguen oler con profundidad el agradable aroma del jazmín. Es imposible saber a cuál de los pétalos de la margarita le dicen sí, y a cuál le dicen no. Está tan repartida la esencia de las flores que decoraban la plaza mayor que se difumina la realidad con la manipulación. Cortan árboles derramando resinas y los sustituyen por solería barata, vallas que se oxidan con facilidad y cartelitos con las palabras mágicas que tanto gusta a los gusanitos: esto es propiedad privada. Tanto ha calado este concepto en sus minúsculas y torpes conciencias, que el dichoso es asociado en sus propias existencias; qué baratos y rentables les salen a los propietarios de la caja de zapato.

O dijo a:

– Veo tan cerca el vacío que ya no me importa caer en él. Ya no sé si cortar o agarrar el último hilo que aguanta mi desesperación por vivir en tan desastre mundo gusano. No lo he buscado y me encuentro en él.

A dijo o:

– Dónde quedó lo que nuestros antepasados nos dicen que existía y ahora ya no existe. ¿Acaso hay algo que idolatrar en la jungla del quien más tenga más vale?¿Acaso se pensaba que lo de comer era algo material? Tan exigentes eran los poderosos que los más humildes aceptaban lo que no somos capaces de revelar ahora a nuestros míseros ladrones de la libertad. Que lista es la razón y que torpe la avaricia. Sumar para restar. Esta es la manera que se come hoy uno a otro. No, no, es racional. La misma razón que nos sitúa por delante del tiempo tan torpemente que nos creemos un dios en el jardín enfoscado. No.. no. El acaso es un ocaso con horizonte perturbado por el odio del que más razón tiene por el que menos posee. Solo pie y cabeza. El primero para andar y el segundo para ignorar. O mejor aún, el primero para correr y el segundo para razonar, para enseñar lo ridículo que es intentar dominar lo que fuera del alcance está.

O responde a:

– No se trata de lo que tenemos o lo que se dejó, se trata de hacer. La responsabilidad es nuestra. La razón heredada que poseemos hoy, es tan limitada como la circunferencia que marca las agujas de un condenado reloj de pared. Me refiero a de pared y no al de muñeca, porque al menos el de muñeca se nueve algo aunque sea dependiente de su poseedor, pero el de pared, es perpetuo al soporte, girando y girando al mismo compás que marca el tiempo. Así es el comportamiento de algunos, el mismo movimiento una y otra vez hasta borrar un calendario, sin entender ,que la progresión que llevamos condenará su presente a un reloj más reducido y a un calendario que no tendrá soporte. ¿Qué hacemos, cortamos el hilo o seguimos ?

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