En cuanto le veo en el aeropuerto sé que este hombre no es mi marido. Lo siento por el pellizco en el corazón al contemplar su cara de máscara, sus gestos mecánicos y apagados.

¿Dónde está la sonrisa de Pedro, el optimismo inquebrantable del que yo me enamoré?

Cuando subimos al coche tengo la sensación de viajar junto a un incómodo extraño—taciturno y pusilánime como el nunca ha sido—. Siento que nos separa un muro de hielo imposible de franquear.

Antes era mi autoconciencia en relación a tu autoconciencia, pero ahora no soy capaz de hallarte en ese ser desconocido.

—Esta noche celebramos en tu honor una cena de bienvenida. Vendrán tus hermanos y tus más queridos amigos.

—Pues vais a tener que celebrarlo sin mí. No quiero ver a nadie—zanjó en un tono que no admitía discusión.

Paso la tarde llamando por teléfono a los invitados.

—Ha llegado cansado…la tensión de estos meses, el viaje—me disculpo en tono susurrante, casi culpable—. Lo dejamos para mejor ocasión.

Tropiezo con la maleta negra que Pedro ha dejado bajo al perchero de madera, en la entrada, como si proyectara irse en cualquier momento, y recuerdo el día que se fue cargado de ilusiones altruistas.

Dieciséis largos meses han pasado.

Una noche llegó a casa con la propuesta de su coronel. “Gómez, usted que no tiene hijos, sería un candidato perfecto para esta misión de paz en Afganistán” y le extendió una circular escrita en un folio. “Con su hoja de servicios y mi recomendación, una de esas plazas va a ser suya. Veinticuatro meses de tareas de apoyo a la población civil, y un sueldo que casi triplicaba sus ingresos”.

Tú, con tu alma de filósofo, no fuiste a Afganistán por el dinero, tus motivos eran otros.

— ¿Qué es una misión de paz? —quise saber.

—Tareas humanitarias: reparto de víveres, conducción de heridos a hospitales, rescates…Misiones alejadas del frente de guerra y para población civil.

Un espíritu solidario como el tuyo no podía dejar pasar esa oportunidad. “Animal político” te sentías, tomando el término de Aristóteles. Esgrimías que ,en palabras de Charles Taylor, sólo alcanzamos una dimensión plenamente humana contribuyendo al bienestar de la comunidad.

Pedro se marchó a Afganistán. El tiempo pasó despacio; las videoconferencias fueron pocas y, a horas intempestivas. Frases llenas de tópicos y escasa información por motivos de seguridad.

Viví esos meses pegada a los telediarios.

Una mañana me encontré en el supermercado a Carmen, la mujer de un compañero de misión, esquelética y con los ojos hinchados de tanto llorar.

—Si, le llaman misión de paz, pero los civiles no les quieren allí. Nuestros maridos son el enemigo: infieles en tierras de musulmanes. Continuamente sufren ataques y emboscadas de las personas a las que intentan ayudar. Hasta los niños les atentan para convertirse en héroes ante los suyos. Caen como moscas. A mi marido ya le han herido dos veces. Y vive por los pelos.

Tú me decías que el hombre es un ser hermenéutico con necesidad de reconocimiento. ¿Para qué demonios sirve la hermenéutica cuando las diferencias se hacen irreconciliables? Dos discursos paralelos totalmente desconectados que tienden al infinito y no se encontrarán jamás.

— ¿Sabes algo de Pedro? — le pregunté angustiada.

—Tu marido, como el mío, sufre en un sin vivir… con unas ganas locas de volver.

Imagino la lucha titánica entre tus principios solidarios y el instinto de supervivencia…razón versus instinto.”Primun vivere, deinde philosophari”.

A los pocos días vi a Carmen, caminando por la calle, y no pude evitar salir corriendo. ¿Por qué nos comportamos como avestruces y escondemos la cabeza cuando no queremos saber nada?

Tardaron unas horas en llamarme: mi marido, en un par de días, regresaba a España. Y doy fe : está entero, aunque haya dejado en Afganistán pedazos de su propia alma. Veo en su mirada el terror, lo imposible de vivir en una continua amenaza. Y lo llaman misión de paz: hombres convertidos en blancos vivientes. Qué fácil diseñar una misión de paz en un despacho…

Le pregunto y no quiere contar nada. Todas las tardes desaparece y, por el olor a alcohol de su aliento cuando regresa, se de dónde viene. Intenta ahogar la angustia, pero entre sueños se le escapa, en pesadillas sobresaltadas que yo escucho callada. “¡Vamos, sal de ahí!”, “¡Vienen a por nosotros!”, “¡Nos matarán!”…frases de las películas bélicas que cada noche se proyectan en nuestra cama.

El terror ha socavado los cimientos de tu espíritu. La sinrazón ha privado de argumentos a tu razón.

A ratos noto que no puede reprimir las lágrimas.

Y hoy, mientras paseábamos por el parque, hemos encontrado a Carmen vestida de riguroso luto:

— ¡Qué suerte, tu marido está contigo! El mío murió en una emboscada.

Pedro, con la mirada perdida, navega mentalmente a miles de años luz de distancia. Parece un cascarón vacío, un ser al que le hubieran desollado el alma.

Yo me quedo sin palabras.

Quiero disfrazarme de astronauta, de acomodadora de cine…de lo que haga falta. Juntos reconstruiremos el rompecabezas de los trocitos perdidos de su alma…

Esa misma noche el marido de Carmen se convierte en personaje de la película que se proyecta en nuestra cama. Pedro le rescata de los escombros tras el estallido de una bomba. Y al despertar veo en sus ojos destellos del héroe que ha resucitado en su mirada.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS