Magia y sabor

Magia y sabor

Hugo Brulot

01/06/2017

Tras siete décadas de whisky, mi abuelo se pasó al ron. Comentaba a todo aquel que quisiera escucharle, la grata sorpresa que había supuesto para él descubrir semejante elixir. No escatimaba en elogios e hipérboles para describir, a sus a veces cansados oyentes, las virtudes que tenía el ron. A fuerza de degustarlo todos los días, terminó por ser un sabio de aquel brebaje. Se convirtió en todo un poeta cantando las alabanzas de lo que él llamaba «la bebida de los dioses». Su color, su aroma, su tacto meloso, su sabor… el ron se había convertido en el centro de su mundo, y sus sentidos sólo tenían atención para la única y verdadera bebida dorada.

Como todo converso, debía demostrar su nueva fe con irrespetuosas muestras de desprecio hacia sus anteriores creencias. De esta forma despreciaba el vino como poco menos que un zumo pasado de fecha, la cerveza era ahora orina de animal, y el resto de destilados, alcohol sin sabor ni esencia. Sólo había ron.

Viendo llegar el final de sus días, se lamentaba profundamente, sumido en la melancolía, del tiempo desperdiciado. ¡Cuántos años había perdido sin disfrutar ese sabor mágico! ¡Cuántos años entregado a la herejía fermentada y a los falsos ídolos! ¡Cuantas comidas, cenas y fiestas entregado al burdo alcohol! Su vida se dividía ahora entre el antes y el después.

Asumida la realidad y tomada conciencia de lo rica que había sido su vida hasta el momento, no dejó que el descubrimiento del ron se le hiciera amargo. Bebió, festejó y disfrutó el último año de su vida con sus seres queridos, todo lo que quiso y puso. Al morir dejó plasmadas sus voluntades. Exigió ser enterrado con una botella de su mejor ron. Pidió que en su funeral se repartiesen chupitos de ron para un brindis en su honor y dejó escrito su epitafio:

Aquí yace un hombre saciado de magia y sabor.

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