Todos quieren ser hololaboristas

Todos quieren ser hololaboristas

Estábamos todos, los diez, reunidos en la sala circular en lo alto de la torre. Ya habían pasado los rituales preparatorios: yoga, té verde, y charla insustancial. El Jefe daba vueltas, inquieto. Apenas se oía el crepitar de la pantalla que dominaba el domo y el cotilleo de los asistentes tras la consola. Éramos los hololaboristas y hoy era Día de Monitoreo.

Me separé del grupo acercándome al ventanal que dominaba Madrid. Muy abajo de nuestra torre se veían los enormes bloques de Empresa T junto a la M40, pequeños dados que un gigante hubiera arrojado al azar entre el verde de La Moraleja y el gris de Las Tablas. Muy cerca volaban los aviones hacia Barajas. Algún día nos la va a dar un loco, pensaba, y el cubilete aplastará los dados. Mi estómago hizo un ruido y traté de calmarme. No debía pensar estas cosas, más aún con el CEO siguiendo nuestros signos vitales desde su oficina.

Volví a la mesa circular. Cada cifra y cada dato en nuestro pensamiento era aspirado por Big Data, modelado y proyectado como una mancha de números y frases en la pantalla. Alex comentó algo sobre el presupuesto en América Latina. Chang mencionó los despidos en el sudeste asiático -miles, atados a la pérdida de valor de la empresa, y esto a un rumor político- y Marcia anunció que el clima laboral había bajado un 3% pero pensaba revertirlo chupando unas cuantas pollas. El resto respiraba en silencio. Un técnico pidió la palabra.

– Todo funciona bien pero la analítica nos juega en contra. El algoritmo capta pensamientos negativos. Hay que esperar

El Jefe, siempre pragmático, pidió que se proyectara una imagen inspiracional. Sugirió la del Monumento al Trabajo. La escultura era perturbadora, un racimo de esclavos griegos en agonía tirando de una piedra. Marcia se levantó y al pasar me apretó el hombro y me susurró.

– Julio, esa estatua estaba en Buenos Aires, cerca de mi casa. Recuerdas?

En la pantalla se alteró mi señal. Subir y bajar el diafragma, respirar como con un globo adentro, calmarme. No soy como ellos. Sospecho que no podemos controlar todo desde aquí, ni sacar grandes tendencias como si nada. Algún día admitiré que todo era una farsa, pero mientras tanto el sueldo es genial y todos me envidian. En el fondo todos quieren ser hololaboristas.

Marcia caminó alrededor de la mesa. Su línea de pensamiento fluía imperturbable en el monitor, como si ella descansara en un lago de nitrógeno líquido. Tic, toc, sus tacos resuenan, su pequeña falda turquesa de cuero se mueve. Se prepara un café y los técnicos se quejan: todos la miran y la pantalla parpadea chisporrotea en consecuencia. Le piden a Marcia que se siente. Una auténtica perra que disfruta en comprobar cómo se disparan las métricas a su paso.

El Jefe avanza hasta el centro de la sala circular, espera un momento y nos mira un rato con una exquisita y calculada perplejidad. No es mal tipo, cada tanto dice lo que piensa. Y recibe millones de euros bajo cuerda del proveedor chino de tecnología.

– Hay mucha tensión. Recuerden descansar más el fin de semana. Una mente fresca garantiza sentir mejor la empresa y dejar fluir nuestras emociones. Si ustedes están bien, Big Data hará el resto!

– Big Data hará el resto!

Los diez holos contestaron el mantra con una pasión casi convincente. El nuevo positivismo de la información había reemplazado a la gestión de Recursos Humanos. Para «sentir» la empresa bastaba con los datos y unos buenos holos. Somos los sacerdotes de una nueva religión exasperante.

– Hermosa imagen. Cuerpos desnudos que arrastran una piedra infinita. ¿No les recuerda esto a las ímprobas tareas de crear valor y vender? Pero Empresa T ha repuntado en bolsa, ofrecemos servicios de comunicación y entretenimiento, y lanzaremos el Abono Telepático a los clientes, no estamos mejor? Corramos la simulación una vez más.

Respiramos. Las diez señales se enlazan en la pantalla bajo el domo; todos esperan. Yo era un torpe instalador de telefonía y llegué a ser holo, no sé cómo ocurrió. Tal vez ambición, o tal vez talento para evitar conflictos. Hubo decisiones difíciles: cerrar sucursales y despedir a quien me contrató. Lo lamento Paco, te juro que lo lamento.

El zumbido demoró unos instantes más y las métricas sacudieron la consola. Color azul, un buen color azul. Números nítidos que alegrarán al Comité Ejecutivo. Listo, podíamos irnos y descansar un rato. Me quedé solo, de pie, mirando la imagen de la escultura.

Se me acercó el Jefe.

– Julio, estás raro. Tuve que desconectar tu señal para que la simulación saliera bien. Pero tranquilo, el CEO no lo sabrá.

– Perdón, jefe. Es la escultura, hay algo malo en ella. Fíjese, tan solo una persona tira de la piedra. El resto mira o no hace nada.

– Cierto. ¿Pero qué otra cosa es la empresa sino un montón de gente que mira o no hace nada? Por cierto, para corregir eso estamos nosotros. ¿No te parece?

Me dió una palmada y se fue, riendo bajito. Me volví hacia el ventanal. El atardecer era increíble. Los cubos de la Empresa T se erguían indiferentes allí abajo, y hacia el sur las Siete Torres proyectaban sus sombras sobre el Bernabeu y más allá.

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