–Hola, ¿quién habla?
–Pues yo ¿no me reconoces la voz o acaso a quien esperas escuchar?
–Es difícil escucharte, hay mucho ruido.
–Ya vas a empezar con tus obstáculos… da igual, seré breve… te hablo para decirte que me molesta que siempre llegues a mí con tu veneno y me culpes de todos tus fracasos.
–¿Cómo dices?
–¿Es que ahora tienes problemas de audición? procuro hablarte y tú te ensordeces. ¿Acaso quieres que te diga solamente lo que quieres escuchar?
–No, realmente deseaba dialogar contigo, pero esta comunicación está fatal, escucho tu furia y gritos en el fondo ¿acaso donde estás?
–Que importa donde esté… Vaya que puedes responderme, eso indica que me escuchas ¿no es verdad? siendo así te hablo sin tapujo, como siempre lo has deseado… siento que te dije que te amo, porque escuché de alguien que es mi obligación amarte, sin saber como amarte, aprendí a obligarme a amarte, aun cuando ni siquiera sé que sería amarte.
–Lo sé, lo sé, sé que me engañas, sé que llevas así muchos años… tantos…
–Y si lo sabes, ¿por qué no haces algo para ayudarme a solucionarlo?
–Porque no sé qué es lo que hay por solucionar… cual es el problema… tu al prometerme amor o yo al no creérmelo…
–Eres tan irritante…
–Lo sé y nadie lo sabe.
–¡CÁLLATE!
–¿Debería callar? O ¿debería ensordecer?
–Deberías abrazarme; Encontrémonos, aunque si no reconoces mi voz, dudo que reconozcas mi rostro.
–A mí me pasa con tu rostro, lo que a ti te pasa con el amor. Te miro y siento que no te conozco desde hace tanto como debería de conocerte, no veo tu legitimidad, aunque tus ojos, me dejan ver tu alma sacudida, esa mirada que solo yo conozco, esos ojos que hablan con tu voz que hay veces no reconozco…
–¡Basta! este es el momento preciso donde reconozco que te conozco, creo que te acepto como eres, aunque no te confíes, tal vez te acepte sin saber que significa aceptarte.
–¿Sigue en pie tu propuesta de abrazarnos? Creo que es lo mejor, al cabo que no soy solo yo quien experimenta este tipo de amor.
–¿Será por eso que escuchas otras voces excepto la mía? y Sí, la propuesta sigue en pie.
–No me juzgues, al menos procuro desarrollar el arte de hablarte. Ven a mi encuentro, tomémonos un vino; tú y yo, nadie más, enciende unas velas y disfruta de mí… no seas letal conmigo, que si algo aprendimos al nacer es a imitar y si no ¿cómo aprendiste a sonreír?
Y así telefoneo yo, conmigo misma.
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