Todos encerrados y sin salir, qué paz. Amo la humanidad, pero odio a la gente. Lo peor es la ñoñería, el empalago de un planeta mirándose el ombligo y creyendo que por aplaudir a la infantería sanitaria ya puede grabar videos llorones llenos de hipócrita corrección política, de sentimentalismo huero, de falso esfuerzo milennial para luego, en el anonimato, convertirse en inquisidores de balcón, qué asco. No negaré, sin embargo, que esta humanidad de clausura, encarcelada casi de grado, babosa y autocomplaciente, ha traído el silencio y borrado la polución. Y me ha permitido concentrarme en mi laboratorio y eso compensa largamente la melifluosudad de tanto bobo. 

En fin, el encierro ha sido fructífero: ya tengo la vacuna del Covid19; y ahora, justo tras publicar la fórmula para salvaros, humanos, virus mamífero que todo lo arrasa, he bebido cicuta. Os quiero, pero no quiero ser como vosotros. Disfrutad, pues, y no recordéis ni mi nombre: ser uno de los vuestros es mi infamia.

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