Las golondrinas, las últimas en abandonar el cielo aprovechando hasta el último chisporroteo de luz, no desperdician nada… Intrépidas y depredadoras como pequeñas panteras aladas al acecho de cada insecto que se atreva a cruzar el firmamento. Mientras hacen sus últimas piruetas juegan y disfrutan con sus pechos rojos de sol delatando sin escrúpulos un ocaso de fuego, las farolas del paseo de la concordia comienzan a encenderse tímidamente como pidiéndoles permiso,- es su actitud! se sienten las dueñas del mundo, pienso, mientras observo al río Piloña trabajando sin descanso para consentir a un mar que nunca se llena, esta vez con destellos cobrizos… Se instala la noche y el pueblo es un tintineo desde mi ventana, aquel paisaje de montañas verdes incrustadas en un azul celeste que se degradaba en ríos cristalinos junto a la pequeña urbanización de hace unos instantes se ha decantado en una cortina azabache y cientos de puntos dorados trepando hacia el cielo como una constelación, poco a poco la niebla se cierne sobre ellos como esperando su turno y ahora tengo dos cielos, uno arriba y uno abajo. Como dos mundos, ambos lejanos y tan íntimamente ligados a mi. Quizá las golondrinas no suelan atravesar las duras etapas del migrante aunque lo sean, ellas son simples, son sabias son libres, solo tienen que seguir las corrientes invisibles de la naturaleza y de los tiempos, dejarse llevar y todo se les es dado en continua liberación. Ellas no pasan por el naufragio, no flotan agarradas a un tronco viendo los baúles de su existencia diseminados e inalcanzables en el enorme océano de la incertidumbre, antes prefieren morir. No se dividen en dos lejanos mundos que echan de menos constantemente sin estar completos en ninguno de los dos, con el alma partida.
Aquellas anécdotas de pandillas que surgen en cualquier reunión ya no están completas ni en un lado ni en el otro, en ambos te perdiste una parte y solo te queda sonreír mientras escuchas y eres consciente de ello. Tu cabeza trabaja de otra manera elabora y piensa cosas que los demás no. Tu historia se divide en segmentos de blancos y negros, de cánticos y silencios, de risas y nadas, de aventuras… No puedes expresarlo porque no quieres y porque además nunca viene a cuento; el acento poco a poco se desfigura y unos te dicen que no lo pierdes y otros te dicen que ya no hablas igual, no alcanzas a ser de un lado pero ya no eres del todo del otro. Y al final tienes que elegir, pájaro o agua-
Por eso entiendo a mis abuelos y la nostalgia del tango y quizá entienda también porque me quedaba horas sentada escuchando a mi abuela contarme de su amada Italia cuando íbamos a su casa mientras mis hermanas me utilizaban para escabullirse y evitar así el tostón; quizá una parte de mi ser sabía que yo sería la siguiente, quien sabe… o igual quise heredar su nostalgia una vez que se fue, lo cierto es que a mi me encantaba ir a casa de mi abuela y escuchar sus historias aunque a veces se le escapara alguna lágrima y yo, con mis brazos pequeñitos intentaba abrazarla toda. Claro que su viaje y su despedida fueron en otra época y en otras circunstancias en donde la probabilidad de regresar era vaga o inexistente; yo en cambio voy y vengo, puedo comunicarme cada vez de mas maneras por cierto, pero quizá eso mismo sea lo que alimenta en mi alma la sensación del no pertenecer.
Pero ellas, esos pequeños pajaritos negros e insulsos que se divierten y se adueñan de todo allá adonde van sin necesidad de destellos ni colores estridentes, me han enseñado que aquella frase era cierta- Cada día tiene su propio afán- Por eso las amo y las observo y las espero y las elijo, porque me han enseñado a disfrutar de cada momento y de cada lugar como si fueran míos, no importa lo lejano y desconocido que sea, siento que me esperan. Me han enseñado a viajar mas liviana y así evitar con ello el naufragio una vez mas, a dejar de intentar llenar huecos que solo crecen con mi atención. Me han enseñado a tomar la vida y el tiempo de otras maneras haciéndome sentir que de alguna forma he liberado algo ancestral.
Al final te das cuenta que eres un superhéroe, tu superhéroe, Spiderman, porque vas tejiendo redes allá por donde vas, por donde fuiste, y que tienes un fuego y una copa de vino y un abrazo en muchos sitios que te esperan porque se alegran de verte. Aquellos abrazos chiquititos que se sentían impotentes de no poder abarcarlo todo, hoy regresan enormes en sentido contrario al igual que una vez me fui.
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