Mi tío Antonio tiene la planta y el porte de los antiguos reyes guerreros leoneses; de algún Alfonso o Fernando. Un tipo grande, cargado de hombros, de rostro rubicundo y ojos azules moteados de centelleantes puntitos amarillos. De una envergadura que quedaría bien sobre un caballo normando o bretón. Norteño que bajó de los verdes valles galaico-astures a la Meseta Norte.
Mi tío Antonio, durante los veranos, puede pasarse horas sentado sobre el banco de piedra que hay en la parte trasera de la casa de mi padre «a la fresca» (como dicen en Castilla), con la mirada perdida entre la fronda de fresnos y alisos que flanquean las márgenes del río. Yo creo que está filosofando, mi padre sin embargo, dice que está en Babia.
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