Mi vida en dos maletas.

Mi vida en dos maletas.

Mi vida en dos maletas.

Después de cierto tiempo pensando, meditando, sacando cuentas, llamando amistades para saber cómo les iba en el país al que decidieron marchar, llegó el momento de la decisión final, de dejarlo todo: familia, algunos amigos, mi apartamento. Le anuncié a mis allegados… me voy, sí, me voy, me voy con mi hija a Perú.

Empezó la 2da tarea que era la de empacar, de ver cómo metería mi vida, mi ropa, mis recuerdos en dos maletas de 23 kilos cada una. Dos maletas mi hija y dos yo. Debía llevar lo necesario, realmente ilógico el comentario, porque necesitas llevártelo todo.

Metía y sacaba… uhmmm pesaba mucho la maleta, quería llevar mis utensilios de repostería, mi ropa deportiva confeccionada por mí, mis libros que compré en la feria, porque según, los leería. Pero nada de eso podría llevarme, era mucho peso y había que llevar lo necesario.

Ambas logramos la tarea.

La 3era etapa llegó, despedirse sin llorar, o por lo menos no llorar tanto, suspirar y tener fe que todo eso era para nuestro bien.

Llegamos a Perú… y comenzó lo bueno: la amiga que me ofreció trabajo, no me lo dio, la casa donde llegué pagando un alquiler, tampoco fue lo esperado. Mi hija solo lloraba de tristeza, nostalgia, no quería estar allí. Yo solo pedía a Dios fortaleza y que me guiara, me dijera si era lo correcto lo que estaba haciendo. Pero me tenía que aguantar porque llegamos con el dinero justo y, planes de para otro país, no existían. Quedaba empezar, no tenía más opción.

Con suerte a los dos días comencé en un restaurante de chichearía, con gente agradable, quienes me ayudaron mucho con las bandejas, ya que nunca había sido mesera. En mi país estudié licenciatura de recursos humanos, entre otras cosas. Pero en Perú eso no valía de mucho. Yo decidí tomarme todo como una experiencia de vida, que me haría más grande.

Empezaron los días de vídeos llamadas, vivir en cuerpo en Perú, pero el alma en mi país.

No puedo decir que me fue mal, tampoco super bien, pero me fue mejor que a muchos.

Aprendí a entender el para qué de las cosas. Aprendí que cada persona que llega a tu vida, es para algo, aprendí a ser mas fuerte de corazón, de espíritu. Aprendí a VALORAR creo que este fue uno de los mejores. Y recordé que, al bueno, lo cuida Dios.

Aunque luché por estar cada día mejor, no quería estar en ese país. A pesar de ser Latinoamérica, éramos tan distintos y lo peor no nos querían, en especial a nosotros, los roba puestos de trabajo. Fue tanta la migración de mi país, que más allá de dar a conocer nuestra querida arepa, también éramos conocidas, y no queridas, por ser el país de las mujeres bellas.

Fueron tiempos de cambios, a mi hija le tocó madurar y crecer antes de tiempo. Yo aprendí a tener paciencia, a respirar… aquello parecía como un parto constante, respirando.

A los dos meses tuve la suerte de tener un trabajo de oficina, pero con chicas muy envidiosas, que hicieron hasta lo imposible por agotar mi nobleza, pero como todo tiene su recompensa, al cabo del año, yo decidí no renovar contrato, y gracias a que me debían 3 meses de sueldo más las utilidades, y por ende me darían mi liquidación, logré acumular una suma de dinero.

Tras una decisión acelerada y desesperada por salir de aquel lugar, un par de llamadas, buscando quien podría recibirme; todos dijeron no vengas, a menos que tengas trabajo o traigas suficiente dinero. No tenía ninguna de las dos. Tomé la decisión de cambiar todo el dinero en euros, comprar un pasaje a España, y volver a empezar.

De nuevo, 2 maletas, esta vez dejé menos cosas, menos amigos. Otra vez a empezar. Y quien dijo miedo. Si deje mi país, Perú lo dejaba más rápido.

Mi deseo desesperado no me permitió pensar mucho, realmente tampoco quería pensar, solo avanzar y salir de ese lugar.

Volé a Madrid, llena de nervios, pero con mucha Fe.

Cuando pasé migración y, ya estaba oficialmente en Madrid, sentí el deseo y la necesidad de llorar, arrodillarme en el suelo y dar gracias a la vida y a Dios, por haber llegado. De Perú me costó demasiado salir, migraciones me puso muchos peros, pasaporte, DNI, permiso de viaje, impuestos, maletas con sobre peso, no había comprado el seguro de viaje. Fue un viaje espantoso.

Pero llegue, estaba en Madrid, pero no me arrodille, me daba miedo que la policía me detuviera hacer preguntas, solo quería gritar gracias Dios. Mi corazón lloraba de felicidad, mi cuerpo se erizaba, solo podía decir gracias y con los ojos aguados y mis dos maletas respiré y avancé.

Hoy por hoy ratifico que, al bueno lo cuida Dios.

Hoy sigo dando las gracias a la vida, al universo.

Llevo más de un año aquí, mi hija y yo estamos inmensamente felices, estamos donde queremos estar, hemos tenido la bondad de encontrar personas maravillosas y no maravillosas también, pero no restan, solo suman a esta gran experiencia de trasformar dos maletas en un camino, en una meta, en recordar que sí se puede. Dos maletas que pesaban, no por su contenido material, sino por la gran cantidad de sueños, recuerdos, amores, nervios que en ellas reposaban.

Hemos trasformado nuestras maletas, en vida, en amor, unión, caminos.

Ahora la vida nos pone otra experiencia, ahora el mundo vive una pandemia, todos estamos en cuarentena. Es extraño, ahora estamos encerrados en casa, nuevamente encerradas.

Ya sé, lo que es vivir encerrados, con pánico a salir, hacer compras nerviosas, quedarme sin recursos, vivir en nervios, incertidumbre, ya lo he vivido. Y hoy otra vez.

Mas preparada o más fuerte, tal vez.

Cuando esto acabe, porque tiene que terminar, tocará empezar de nuevo, empezar de cero. Pero no importa, llevo conmigo mis dos grandes maletas que traje de mi Venezuela.

Endalys Tiberio Noriega.

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