El príncipe y el pastor.

El príncipe y el pastor.

Haakon

23/05/2017

Una concha y una piedra marina, no necesitábamos más para pasar los días de estudio, como aquél en el que Teofrasto y yo observábamos con detenimiento ambas figuras.

-Definitivamente esto es una prueba. Mira estas líneas de aquí – me dijo señalando las estrías que recorrían la roca-. ¡Y ahora mira la concha, son casi iguales!

Seguí su dedo y sin lugar a dudas el parecido era más que razonable. Incluso la propia pétrea figura en su contorno se asemejaba a la de nuestra concha. Parecía claro: las conchas tenían su origen en las piedras marinas, igual que las moscas y larvas nacen de la putrefacción. Nuestra teoría se demostraba una vez más como cierta también en el mundo marino. Era un gran momento, pero no quería que mi compañero notase la gran efusividad que nacía en mi pecho y me limité a confirmarle:

-Así es, amigo mío.

-Lo celebraremos. ¡Manes! -llamó con un grito a su esclavo, que seguía sacando para nosotros piedras y conchas de la playa de Mitilene.

El esclavo se acercó empapado con el salado mar de Grecia.

-¿Señor?

-Ve a la ciudad y anuncia que nuestras teorías son correctas. Corre, y que vayan preparando una buena fiesta esta noche en mi casa; invita a los de siempre.

-Sí, amo -contestó el esclavo antes de salir a la carrera.


Mientras me preparaban para la cena de Teofrasto un mensajero de Pella llegó a mi casa, cambiándolo todo:

-Señor, el rey Filipo de Macedonia le llama a la corte. Es sabedor de su conocimiento y avances y le ha concedido el honor de educar a su hijo, Alejandro, para convertirle en un rey digno de Macedonia y el mundo heleno.

Mande alimentar y lavar al mensajero pues llevaba muchos estadios recorridos y varios días en la mar y el cansancio era palpable en él. Además quería congraciarme con el que sería mi compañero de viaje en la travesía a Pella.


La cena que Teofrasto nos ofreció fue exquisita. Mi anfitrión estaba extasiado de tanta celebración y conversación. No habíamos escrito aún el manuscrito con toda la investigación y confirmación de la generación espontánea de la vida, pero él se lo relató, como si ya lo hubiéramos escrito, a los presentes. Era su día, llevaba años sin hacer ningún avance importante ni descubrimiento. Narraba a todos cómo habían sido los meses de investigación, cómo habíamos comparado cientos de piedras y conchas y se maravillaba con la idea de juntos empezar al día siguiente a escribir ese manuscrito que ya todos habían escuchado. Le dejé disfrutar de su fiesta, pero el engaño no ayuda a nadie y cuando todos se fueron a casa yo me quedé a confesarme:

-Teofrasto, amigo, tengo algo que decirte.

-¿Qué ocurre, compañero?

-Hoy mismo un enviado del rey Filipo me ha traído la noticia de que he sido designado tutor de su primogénito Alejandro.

-¡Bárbaro macedonio! -exclamó con desdén- Lo habrás despedido como se merece, ¿no?

-Parto mañana con él a Pella -atajé con seriedad.

-¿Pero qué pasa con nuestra investigación? ¿Con nuestro manuscrito?

-Te dejo a ti la noble tarea de escribirlo.

-¿Por qué, Aristóteles, haces esto?

-El deber me llama.

-Lesbos no la rige el rey macedonio.

-No es el deber hacia el rey, si no hacia la conciencia y la historia. Tengo la oportunidad de crear un buen rey, que gobierne sabiamente sobre los hombres y consiga grandes cosas.

-¡Que lo creen otros! -espetó.

-No, debo ser yo, he sido elegido y no veo a otro más apto.

-No son propias de ti esas palabras.

-No, pero esta vez la evidencia pesa más que yo mismo. Yo puedo enseñarle todo lo que nuestro maestro Platón nos trasmitió. En parte es algo que le debemos, no hay mayor placer para el filósofo que educar hombres, ¡buenos hombres!, pues buenos y excelsos son siempre los hombres que son educados con filosofía.

-Sí, lo sé. Pero un niño nacido entre seda no apreciará las lecciones.

-A los trece años se es muy capaz -señalé.

-¡Trece años tiene! -resaltó- Y tras toda una vida pretendes ahora enderezar lo que será un príncipe caprichoso y bárbaro, como todos los macedonios.

-Olvidas que yo nací allí -puntualicé.

-Naciste griego y te has criado aquí, en Grecia, y con los mejores. Ese niño es demasiado mayor para aprender nada y demasiado pequeño para apreciar tus conocimientos. Será como su padre, seguro.

– ¡Más razón para ir! -exclamé-. Mejor dotarle de conocimientos y razón ahora cuando es pequeño para que cuando reine sea sabio y racional; la antítesis de su padre. Dices que es muy joven para apreciar la filosofía y muy mayor para aprender nada. ¿Pero no es verdad que los hombres cambian con el tiempo?

-Así es -confirmó él.

-¿Y no es verdad, viejo amigo, que el hombre, bien guiado tiende hacia el bien?

-Así es -volvió a admitir Teofrasto.

-Entonces estarás de acuerdo conmigo que si le guío con virtud y filosofía podré cambiarle para hacer de él un buen hombre y un buen rey, aunque ahora fuese un príncipe joven y díscolo. Y si lo consiguiera ¿no sería este un bien supremo para toda la humanidad, por encima de nosotros y nuestro trabajo?

-Sí, sin duda lo sería.

-Pues entonces, amigo mío, no importa su edad, no importa su personalidad si con paciencia y razón puedo enseñarle la filosofía. Convertirle en todo un griego, en un ser racional, como nosotros.

-Tienes razón, pero me apena por nuestro trabajo.

-Lo harás bien solo, pero ese niño, con otro tutor, no sabemos en qué puede convertirse. La filosofía nos enseña a mirar la vida, y si vivimos ciegos de mente sumiremos al mundo en la oscuridad. Hasta el pastor más humilde con una buena visión, una buena filosofía que dirija sus pasos, puede cambiar el mundo. ¡Imagina un rey!


Tras nuestro diálogo Teofrasto se calmó y allí le dejé, preparando el arduo trabajo que le esperaba al día siguiente redactando el manuscrito. Yo preparé mi viaje.

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