Todo era nuevo para ella en aquel lugar, absolutamente todo, no solo la ciudad, sola en aquel lejano lugar en donde en sus sueños nunca imagino estar.
Escrutaba cada pequeña porción con cuidado detalle, buscando algo familiar, claro que lo había, los lugares y las personas en el fondo no son tan distintos unos de otros, pero ella era incapaz de verlo.
Repasaba los cuadros del suelo, las paredes, los funcionarios públicos, miraba a las personas, sus rostros, sus gestos, y se miraba a sí misma, sabía que lucía distinta, la cebra entre un grupo de caballos.
Sus expresiones, sus maneras, eran diferentes, estaban acompañados, familia, amigos, ella estaba sola, no sola en aquel lugar, sola en esa ciudad, entonces en ese momento un fuerte dolor en su pecho apareció, como un hueco que abrían en su corazón, como si de repente tuviese un espacio faltante y el aire se escapase lentamente, contuvo sus lágrimas.
Le tocó acercarse hasta el funcionario, era su turno, hablaban el mismo idioma, pero no se sentía así cuando abría la boca, le costaba entender el acento, y a los demás les costaba entenderla a ella, como si hablase otro dialecto.
El funcionario le pidió que esperara, la joven se acercó hacia la pared con su sensación de extraterrestre, volvió a escrutar todo con detenimiento para darse cuenta que un hombre joven la miraba, con lo que sólo podía haber descrito como una expresión de pena, la chica rápidamente, avergonzada, limpió la lágrima de su rostro y bajó su cabeza para darse cuenta que la pena venia de ella misma.
Levantó su rostro y volvió a mirar al hombre joven, había algo familiar en él, insistentemente buscaba lo familiar en lo ajeno. El funcionario público la llamó nuevamente, con cansancio se acercó, el hombre le extendió un documento pidiendo más documentos, su vida se había convertido en una escalera interminable de papeles, de sellos y de documentos incompletos, siempre faltaba uno nuevo, siempre había un trámite más, ahora era una ilegal, si, ya no existía en su país y tampoco existía allí.
Con decepción caminó hasta la salida, con la espalda encorvada y la cabeza cabizbaja, parecía que la única maleta que había traído con sus pertenencias la traía siempre consigo.
Ya nunca sabía donde estaba, ya había dejado de importar a dónde iba, pensó en todos los planes que había tenido, todo se había esfumado, se vio a si misma en el vidrio de un aparador, ya no era ella, tocó su rostro con cuidado, se veía diferente, el frío había maltratado su piel, su cabello lucía ralo, era su reflejo, pero no era ella.
Caminó y caminó sin saber a donde iba, un largo camino solitario, los árboles sin vida, hacían al paisaje desolado, el cielo nublado iba a juego con ella, había recorrido ese sendero cada día durante el último mes pero era incapaz de reconocerlo, parecía no estar ya dentro de su cuerpo.
Se sentó en un banco, perdida, angustiada, de repente, una presencia cálida se sentó al lado de ella, la joven levantó la mirada, el hombre joven de la oficina pública sonrió, y por primera vez en muchas semanas ella también.
Un rayo de sol atravesó las densas nubes, tímido y envolvente cubrió a los jóvenes, no se conocían, pero había algo familiar en ellos, el hombre se levantó y tendió su mano, la chica dudosa aceptó y juntos retomaron el sendero, de eso se trataba, de abandonar lo conocido, de reconocer nuevos rostros, de aceptar nuevas manos y de perderse para poder encontrarse.
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