La poesía que habla del amor trata de describirlo, enseñarlo, demostrarlo, de sentir orgullo de él, de compartirlo, divulgarlo, ponerle nombre, descubrirlo e, incluso, de falsificarlo; al ser todos susceptibles de caer en la vil pero golosa -todos gustamos de recrearnos en este tema- trampa de la idealización.
Y eso, como toda imagen ideal que envuelva una realidad del ser humano, privará a éste de tocarla, de sentirla, y de vivirla. La imagen ideal con la que las palabras pueden cargar el amor, terminará por construir a su alrededor una burbuja que, al romperse -al ir a tocar y vivir tal amor-, provocará que éste, víctima de la realidad, ya no exista: la imagen creada habrá aniquilado al amor.
Hablar en exceso de un amor y, por tanto, idealizarlo, es un acto egocéntrico -pasa de ser algo puro a una realidad falsa confeccionada al gusto-, injusto -todo lo que no cumpla el ideal creado, será juzgado por el emisor-; e inhumano -hablar y escribir ensalzando a alguien no parece ser una herramienta muy efectiva a la hora de la continuidad de la especie-.
OPINIONES Y COMENTARIOS