Siempre me han gustado, desde pequeña. Quizá por la adrenalina, por la incertidumbre. Aunque ya hubieses montado y te supieras los loopings de memoria. Había un giro constante de emociones: gritabas por la caída y, dos segundos después, te reías mientras oías a lo lejos, a pesar de estar a tu lado, los gritos de tu amiga. Pues así estamos ahora; y no, no me gusta. Esa idealizada incertidumbre no me gusta para los sentimientos. Te levantas cada mañana pensando: «¿hoy será un buen día?». Y, queramos o no, va a haber de todo. Días grises, días rojos, días soleados y nublados. A lo mejor, hasta nubes y claros. Y, mientras tú te vuelves loca, la vida sigue. Los lunes siguen siendo lunes aunque se disfracen de domingo. El 24 de marzo fue el cumpleaños de mi abuela y dentro de unos días una amiga cumple 30. Cada fin de semana tomo el vermú con mis amigas, hago deporte casi a diario. Incluso hay días que me maquillo. Los días me cunden mucho, quizá, demasiado. Un día veo mi película favorita y me emociona, como siempre. Otro día, la quito a la mitad. Escucho mi canción de días tristes y me creo en un videoclip, como antes. Y eso, reconforta. Y así estamos, en caída libre.

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