Kant es un idiota

Kant es un idiota

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17/05/2017

Algunos habitantes de Kaliningrado o alrededores debían de pensar que Kant era idiota. Eso al menos es lo que unos vándalos escribieron con spray en las paredes de la casa en que vivió el filósofo. Como suele suceder en estos casos, la opinión de los vecinos estaba dividida. Algunos —los más— pensaban que semejante acto de vandalismo era una imperdonable falta de respeto a la memoria de ese gran filósofo al que nunca habían leído; otros, cansados de pintadas xenófobas contra los inmigrantes, o de graffitis de naturaleza política, se alegraron de que el mensaje fuera al menos de contenido filosófico. Los más ilusos pensaron que fomentaría el debate entre los vecinos. No en vano, el mensaje había sido garabateado en la casa en ruinas de Kant, sobre los restos mismos de la Filosofía, así que tal vez fuera intención de sus autores denunciar la situación tan precaria de esta disciplina. En lo que sí estuvieron de acuerdo todos los vecinos fue en que el incidente serviría para colocar la ciudad rusa en el mapa (hasta no hace tanto Kaliningrado se llamaba Königsberg y era parte de Prusia): la prensa internacional se había hecho eco de lo ocurrido y el asunto había acabado aireándose en los principales periódicos del mundo.

¿Podrían ir los tiros por ahí?, se preguntaron los detectives Nikodim Fomitch y Porfirio Petróvitch cuando les asignaron el caso. Las pistas indicaban que el asunto podría estar relacionado con la vieja disputa ruso-germánica. Al fin y al cabo, millones de alemanes habían sido expulsados de sus casas por los rusos después de la guerra. Pero ¿qué tenía que ver Kant con todo eso? Desde el primer momento, Fomitch y Petróvich se encontraron muy perdidos, estaban sobrepasados por un caso que escapaba de su jurisdicción habitual. La repercusión internacional que había adquirido la pintada les abrumaba. Además, no tenían ni la menor idea de quién era Kant. Estaban acostumbrados a delitos con un nivel de abstracción menor, a crímenes y castigos de toda la vida, de esos que se cometen por estrangulamiento, veneno o navajas (y no precisamente de Ockham).

Pronto comprendieron que, para resolver aquel enigma, habría que ir al fondo del asunto. Tendrían que leer a Kant de cabo a rabo para ver por qué y a quién resultaba ofensivo su pensamiento. Siguiendo, sin saberlo, los principios lógicos kantianos, los detectives fueron poniendo a prueba diversas hipótesis. Aunque no hubieran oído hablar del ponendo ponens o el tollendo tollens, llevaban años poniendo en práctica ese tipo de razonamientos. El problema es que las premisas de las que partían no eran válidas, lo que descalificaba cualquier tipo de conclusión. Un buen número de pruebas incriminaban directamente a Friedrich Nietzsche: la prueba #1 decía “Kant se volvió idiota” (El anticristo). Nietzsche llamaba a Kant “el chino de Königsberg”, o “el mediocre”, y le acusaba de haber roto los barrotes de la cárcel en que estaba encerrado el hombre (véase Dios y la metafísica) para crear otra con barrotes invisibles (llámese imperativo categórico). ¿Podía tratarse de un ajuste de cuentas entre escuelas filosóficas —kantianos versus nietzscheanos—, como sugería Fomitch?

—Es una posibilidad, Fomitch, pero su razonamiento parte de una premisa que es incierta. Es posible que lo que nosotros entendemos por idiota sea distinto de lo que entendía Nietzsche.

—Hombre, detective Petróvich, un idiota es un idiota, en Rusia y en Alemania.

—No esté tan seguro. Según Nietzsche, Jesucristo también era idiota.

—¡Válgame Dios!

—Parece que, para él, un idiota es un iluso, un ingenuo.

—Vale, pero no veo adónde quiere ir a parar. Si ha sido un seguidor de Nietzsche, es posible que fuese alemán, lo que nos lleva a la consabida disputa ruso-germánica.

—No tan deprisa, Fomitch.

—Todas las pruebas apuntan a Nietzsche, de lo que se sigue que habrá sido uno de sus seguidores.

—Eso es circunstancial.

—¿Qué quiere decir?

—Creo que el verdadero autor de la pintada quiere que pensemos eso.

—Entonces, según usted, hay alguien que está utilizando a Nietzsche de pantalla.

—Eso es. ¿A usted todo este asunto de la idiotez no le resulta familiar?

—Pues no, la verdad.

—¿No le parece raro que nos asignaran el caso precisamente a nosotros?

—Sí, sin duda me pareció extraño. Kaliningrado está lejos de San Petersburgo.

—Eso por no hablar de que éste no es el tipo de delito que solemos investigar.

—¿Cree que estamos siendo utilizados? Pero ¿por quién?

—Pues por quién va a ser… Por el mismo de siempre. Obviamente, quien nos encargó venir a resolver este entuerto sabía lo que se hacía.

—No sé, me parece un poco retorcido.

—Claro, si es quien yo creo, puede llegar a ser muy retorcido.

—Si usted lo dice…

—A ver, recapitulemos. Kant es un idiota. Jesucristo es un idiota. Pero ¿quién es, en verdad, el idiota por antonomasia? Piénsalo bien antes de contestar.

—El príncipe Myshkin.

—Exacto. Parece que Nietzsche sacó de él su idea de la idiotez.

—Ya veo a dónde quiere llegar. De todas formas, en el supuesto de que tenga razón, va a ser difícil de demostrar.

—No tanto. Mire, aquí tiene el prólogo de Aurora. En varios puntos, Nietzsche hace alusión a Memorias del subsuelo, de Dostoievski, aunque sea de forma velada.

—Pero ¿por qué?

—Bueno, las motivaciones de los delincuentes son muy particulares, ya lo sabe. Tal vez estaba enfadado con nosotros por lo de Raskólnikov. Le presionamos demasiado.

—¿Insinúa que en el fondo quería que se hubiera salido con la suya?

—No lo descarte. Una obra de arte aspira a ser un crimen perfecto y puede que fuese eso lo que el autor quería, pero luego esa moral cristiana suya…

—Lo idiota que había en él…

—¡Exacto! Tenía que hacerle pagar por lo sucedido. Como el final que Flaubert le dio a Madame Bovary.

—Ya, pero en este caso, ¿cuál es el móvil?

—Eso nunca lo sabremos. Puede que el autor, o alguno de sus seguidores, pretenda que se reconozca su lugar en la Filosofía.

—Justicia poética, vamos.

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