Amanecía en Tobago. Olía a café y a sábanas limpias. Entraba aire azul por la ventana abierta. La casa aún con los ojos abiertos estaba en calma. Me puse las zapatillas. Hoy empezaba una nueva aventura. Bajé a la playa y sobre mi se abría una inmensa manta color turquesa, era el mar, la mar, que tantas pasiones durante siglos había suscitado. Arena y agua virgen, allí no había nadie, salvo nosotras para perturbar su serenidad y el despertador que de pronto apareció apagando mi frágil ilusión.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS